Por Jessica García / ANRed
Hace un tiempo escuché una historia escalofriante, que debería ser escalofriante, pero ya no lo es. Algunas vidas cada vez valen menos, los cuerpos de las mujeres valen cada vez un poco menos y mucho menos si son mujeres racializadas y empobrecidas. Esta es la historia de Mariana, pero Mariana no es una excepción. Esa es la síntesis de la realidad de numerosas mujeres que se resisten a ser vendidas y explotadas sexualmente. Y aunque quienes se las llevaron intenten reducirlas a meros cuerpos utilizables, desechables, olvidables, silenciables, en algún lugar alguien las sigue buscando, en silencio o a los gritos, pero son buscadas, sus nombres no han sido olvidados ni lo serán.
La desaparición y el silencio
Se llama Mariana y tiene unos veintitantos años. Hace tiempo que anda buscando trabajo, hace trenzas, peinados y las uñas. Una amiga le dijo que en el Cauca hay trabajo, que vaya para allá. Ella no lo duda, prepara sus cosas y parte a encontrarse con su amiga. Su familia tampoco desconfía, la situación económica en Buenaventura es compleja y no hay perspectivas de cambio, muchos jóvenes ya se han ido. “Y si hay trabajo en otro lugar y una amiga me dice que vaya, ¿por qué no probar?” Me dice un familiar de Mariana.
Se va, pero tan pronto llega a la zona acordada con su amiga, su familia pierde comunicación con ella. Ya no responde los mensajes, ya no saben nada de ella. Su amiga tampoco responde los mensajes. Tienen miedo, no se animan a denunciar. ¿Qué hacer? Dejó una hija pequeña con una tía. El miedo se hace carne, el silencio se impone. Solo resta esperar. Pasan los días, pasan las semanas y, finalmente, se animan a ir a denunciar, pero no confían. ¿Cómo hacerlo si todos sabemos cuáles son los antecedentes del accionar de las instituciones del Estado en la ciudad, en el país?
La respuesta de quien las recibe confirman sus miedos. Le muestran fotos de Mariana y la primera reacción de este hombre es “ah pero ella era mostrona”. Silencio, no discuten, esperan alguna otra respuesta, pero no hay ninguna respuesta. Ya lo sabían, el Estado jamás ha respondido ni responderá. Toca esperar y seguir buscando, en silencio, a ver si alguien sabe algo.
La espera y la búsqueda silenciosa continúa. Mientras tanto la tensión, los miedos se instalan en el cuerpo y comienza a doler. El dolor es insoportable, tan insoportable como la impotencia de no poder gritar su nombre y exigir su retorno.
Los indicios y el miedo
De repente llega un mensaje en un grupo de whatsapp de la ciudad. “La descuartizaron en esta zona”. Es el mensaje que aparece acompañando una foto de una chica de unos veinte años, sonriendo. Luego hay otra foto de otra chica, también joven afro y muy parecida a la primera, pero no se dice nada más. No hay más explicaciones, no hay más información. Seguidamente, alguien responde “seguro no andaba trabajando”. Otros mensajes siguen circulando. No hay más intercambio sobre esta foto. No hay cuestionamiento directo a quien publicó la foto en el grupo. Nadie lo increpa. Quien lo publicó no tiene nombre, no hay explicación, nadie la exige públicamente. No hay nada, sólo morbo alrededor de una foto, la foto de una mujer desaparecida forzadamente por negarse a que su cuerpo sea mercantilizado, pero nadie registra eso públicamente.
Del otro lado de la pantalla, la familia de Mariana la reconoce en esa foto, pero no dicen nada en el grupo. No pueden decir nada. El miedo se impone, se instala en el cuerpo. Esperan, preguntan por otro lado a ver si hay información. Una amiga pregunta a otro amigo si sabe algo de alguien que podría saber algo más sobre este mensaje. Todo en un tono casi imperceptible. Nadie sabe quiénes pueden estar detrás, o mejor dicho, todos saben quiénes pueden estar detrás y por eso el miedo. En Buenaventura hay una historia y un presente de violencia que indica cuáles pueden ser las consecuencias de hablar donde no se debe y decir lo que no se puede.
La confirmación y el dolor
“Dicen que tienen fotos de las cabezas. No, el cuerpo no está. La desmembraron. Difícil que se pueda recuperar”. Así le relatan a una de sus tías lo que saben sobre la desaparición de Mariana. Luego, el silencio. Ya no hay más que hacer. No hay llanto, no hay gritos, solo silencio y muchísimo dolor. No está permitido llorar ni gritar, solo aguantar y buscar formas de seguir viviendo o sobreviviendo con el dolor frente a la impunidad y la violencia de quienes deciden quienes viven y quienes mueren y cómo se vive y cómo se muere en el Pacífico colombiano.
Si usted es mujer y no acepta ser utilizada y vendida como objeto sexual, usted será desaparecida, pero antes será picada, así cualquier posibilidad de recuperar el cuerpo queda reducida a cero. Todo queda reducido a cuerpos, tan solo cuerpos utilizados como objetos inanimados susceptibles de ser descartados.
La impunidad y la duda eterna
La trata de mujeres con fines de explotación sexual es uno de los grandes negocios ilegales que sostienen este sistema opresor. Millones de dólares moviéndose y concentrándose en los bolsillos de unos pocos a costa de la tortura, explotación y muerte de miles de mujeres empobrecidas alrededor del mundo. De acuerdo a estimaciones de Naciones Unidas, la trata de personas genera unos beneficios estimados de 150.000 millones de dólares y junto al tráfico de armas y de drogas es uno de los delitos con mayor crecimiento.
En Colombia, solo en el primer semestre de 2024, la Defensoría del Pueblo logró detectar y acompañar 100 casos de trata de personas, de los cuales 74 correspondieron a casos de trata con fines de explotación sexual, en la mayoría de los casos, de mujeres. Cabe destacar que estos son casos denunciados, pero hay otros tantos casos, como el de Mariana, que no se denuncian por el riesgo que ello implica.
Hoy es la historia de Mariana, pero Mariana no es una excepción. Esa es la síntesis de la realidad de numerosas mujeres que se resistieron a ser vendidas y explotadas sexualmente. Y aunque quienes se las llevaron intenten reducirlas a meros cuerpos utilizables, desechables, olvidables, silenciables, en algún lugar alguien las sigue buscando, en silencio o a los gritos, pero son buscadas, sus nombres no han sido olvidados ni lo serán.
Tal vez, en algún momento despertemos y nos revelemos para ponerle fin a tanta impunidad imperante y a nuestra lamentable normalización de la violencia establecida, especialmente, contra las mujeres.
*Cambiamos el nombre para proteger la identidad de esta persona