(Foto: Getty)
El economista Santiago Peña asumió este martes como nuevo presidente de Paraguay, subido a uno de los aparatos conservadores más aceitados de la región, el Partido Colorado, que lleva 71 años en el poder casi ininterrumpidos, entre democracia y dictadura.
Peña, de 44 años, es el presidente más joven en la historia del país y gobernará bajo la sombra de su mentor político, el ex presidente derechista Horacio Cartes, con numeorsas denuncias de corrupción, incluso incluído por Estados Unidos en la lista de políticos corruptos del departamento de Estado.
Tras dejar la gerencia del Banco Basa, propiedad de la familia Cartes, el mandatario electo ganó las elecciones del pasado 30 de abril con la promesa de crear medio millón de empleos, meta que volvió a repetir en su discurso de investidura. También anunció que achicaría el Estado y mantendría las "tradiciones católicas y del partido".
A su vez, en consonancia con el tipico discurso de la nueva derecha mundial, ya anticipó que buscará derogar un convenio que financia ayuda social a la niñez, habla de fusionar ministerios y combatir "la ideología de género".
Paraguay tiene a un tercio de su población por debajo de la línea de pobreza, un 60 por ciento de trabajadores en negro y dos millones de habitantes en el exterior. Los ingresos del país dependen en gran medida de los commodities agrícolas como la soja y la carne, que no generan casi empleo.
Peña afirmó que reforzará las relaciones, ya firmes, con Estados Unidos e Israel. De hecho, ya apura el traslado de la embajada de Paraguay en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, una señal de sumisión y alineamiento al sionismo que pocos presidentes del mundo se animan a dar tan abiertamente.
Naturalmente, nada bueno puede esperarse para las clases oprimidas paraguayas de un gobierno de estas características, más bien una continuidad de las políticas que privilegian a las elites y del injerencismo estadounidense.