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Gran Bretaña: una reflexión necesaria sobre los disturbios raciales y el auge de la extrema derecha

Por Oriol Sabata / Nueva Revolución

Gran Bretaña está siendo escenario estos días de disturbios anti-inmigración. El reciente detonante de la violencia callejera fue el asesinato por apuñalamiento de tres niñas el pasado 29 de julio en la ciudad de Southport a manos de Axel Rudakubana, un chico de 17 años nacido en Cardiff y de padres ruandeses. La fiscal Deanna Heer informó que el detenido ‘tiene un diagnóstico de trastorno del espectro autista’.


A pesar de tratarse de un menor de edad, el juez Andrew Menary explicó que había tomado la decisión de dar a conocer la identidad del presunto asesino para evitar especulaciones e informaciones falsas que se estaban difundiendo en redes sociales y que afirmaban que el autor de los apuñalamientos mortales era un islamista radical.


Sin embargo, estas protestas no son algo coyuntural y aislado. Más allá de los brutales asesinatos de Southport, en determinados sectores de la sociedad británica está creciendo un sentimiento anti-inmigración que está siendo liderado y capitalizado por la extrema derecha.


Los manifestantes rechazan la inmigración masiva e ilegal y la vinculan con un aumento de la delincuencia y la inseguridad en sus comunidades. Las turbas racistas y la violencia vivida estos días en las calles de algunas ciudades de Gran Bretaña ha generado una firme condena desde la izquierda. Pero más allá de esta respuesta de urgencia, es necesario analizar con mayor profundidad y perspectiva las causas por las que se produce este fenómeno.


Es importante remarcar que esto es fruto de un largo proceso en el que confluyen varios factores. Uno de ellos tiene que ver con el abandono al que han sido sometidos durante décadas los trabajadores por parte de los partidos del stablishment capitalista. Unas políticas liberales que han generado un empobrecimiento progresivo como clase social. Diferentes estudios certifican que la clase trabajadora británica ha sufrido un importante deterioro de sus condiciones materiales, condenándola a un futuro sin expectativas y de auténtica frustración.


Paralelamente, estos mismos partidos sistémicos han sostenido en el tiempo un modelo migratorio que carece de planificación y que ha resultado fallido. Bajo la lógica depredadora del capitalismo y la constante búsqueda de mano de obra barata por parte de la patronal, se ha dado lugar a la entrada masiva de personas provenientes de culturas muy diversas sin unas políticas de integración efectivas que garanticen la cohesión de la sociedad de acogida. Una irresponsable política migratoria que antepone los intereses de la burguesía a los de los trabajadores autóctonos. Una burguesía que, no olvidemos, se enriquece a costa de un mayor grado de explotación de los trabajadores migrantes.


La masividad y la ausencia de medidas que permitan una integración real ha llevado a la creación de guetos: comunidades de mayoría migrante donde ya no existe la necesidad de integración por parte de aquellas personas que llegan y donde se crea una especie de ‘sociedad paralela’ donde se reproducen sus propias costumbres, conductas y valores. Y estas comunidades viven, en muchas ocasiones, prácticamente al margen de la sociedad de acogida.


Es importante destacar que esta realidad se consolida en un contexto en el que la clase trabajadora autóctona se ve golpeada por bajos salarios, una creciente pobreza y falta de acceso a la vivienda. La cuestión clave aquí es el papel que juega la extrema derecha a la hora de situar como enemigo y origen de todos los males al inmigrante y no al sistema socio-económico y sus gestores, verdaderos responsables de la miseria contemporánea.


¿Cómo hacer frente, entonces, al sentimiento anti-inmigración y al auge de la extrema derecha? Yendo a la raíz del problema. La frustración y el odio de determinadas capas de trabajadores tiene una base material. Para desarticular este malestar, hay que adoptar medidas concretas orientadas a mejorar las condiciones materiales de los trabajadores. Esto pasa por impulsar planes de re-industrialización, mejoras en los salarios y en los servicios públicos, así como programas para fomentar la natalidad.


Y otro elemento clave: hay que abrir el melón del modelo migratorio y sus carencias. Es primordial acabar con la masividad y planificar los flujos de entrada, de manera que se puedan dedicar los recursos necesarios para garantizar una integración real. Sin unas políticas de carácter intervencionista no podremos dar respuesta a los problemas y a las necesidades reales de la población. O tomamos riendas en el asunto o presenciaremos una deriva peligrosa en toda Europa. Hay que pasar de la condena a la acción, sin complejos ni temas tabú que nos impidan resolver los problemas que nos afectan como sociedad.

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