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La elección de Pezeshkian y las contradicciones del Estado iraní

La elección de Masoud Pezeshkian hace poco como presidente de Irán representa una fachada de cambio dentro del sistema profundamente represivo que reviste el Estado iraní, dominado por una élite clerical y militar que enfrenta una serie de contradicciones sociales estructurales que ponen en jaque su legitimidad y estabilidad.


Desde la prensa mundial se ha destacado el carácter reformista y moderado del mandatario, electo en unas elecciones anticipadas tras la sorpresiva muerte de Ebrahim Raisi que le impidió completar su mandato tras sufrir un presunto accidente de helicóptero. Sin embargo, Pezeshkian se apresuró en jurar lealtad al Líder Supremo, Ali Jamenei, que dentro de la estructura teocrática iraní encarna a la autoridad máxima, siendo su poder superior al del presidente y otros órganos gubernamentales, pues controla las fuerzas armadas, la política exterior, los principales nombramientos y lineamientos políticos, entre muchos otros factores que lo convierten en el verdadero mandamás del Estado. Si hiciese falta aclararlo, Jamenei es un religioso ultraconservador que ostenta ese cargo desde 1989.


La victoria de un "moderado", pese a los férreos mecanismos de proscripción y control del aparato iraní, que impidió la participación electoral de, entre otros, los ex presidentes Mohammad Jatamí, Hasan Rohani y Mahmud Ahmadinejad, no es más que un síntoma de un sistema en crisis, incapaz de resolver las tensiones entre una población cada vez más progresista y descontenta, y una clase dirigente conservadora, corrupta y opresora.


El régimen ha intentado controlar el descontento social mediante la represión y la marginalización de los reformistas. Sin embargo, las protestas masivas de 2022, desatadas principalmente por la muerte de Mahsa Amini a manos de la "policía de la moral" por no llevar velo islámico, y que fueron lideradas por mujeres y apoyadas por diversas etnias y clases sociales, demuestran que la resistencia popular está viva y es capaz de desafiar la autoridad del régimen. Este descontento es el resultado directo de décadas de políticas económicas, sanciones internacionales y corrupción interna, que han devastado la situación social y empobrecido amplias capas populares.


La elección de Pezeshkian es vista por algunos como una oportunidad para la apertura y la reforma. Sin embargo, es esencial recordar que el reformismo en Irán ha servido históricamente para legitimar al régimen sin abordar las causas profundas de su degradación. Representan una fracción de la élite que busca estabilizar el sistema mediante concesiones superficiales, sin desafiar las bases del poder clerical y militar.


Pezeshkian ha prometido defender las libertades civiles y buscar una solución a la crisis económica mediante la liberalización del mercado y la atracción de inversión extranjera, mencionando incluso un mayor diálogo con Occidente. Estas promesas, aunque atractivas para una clase media desesperada por el cambio, ignoran las profundas desigualdades estructurales, explotación e injusticia inherentes al sistema económico que rige al mundo, y que todos los bandos en pugna por el imperialismo mundial pretenden extender en su propio beneficio.


Es crucial el fortalecimiento de las huelgas obreras y de docentes, que junto con las protestas masivas lideradas por mujeres y minorías étnicas son señales de un crecimiento de los movimientos de base que luchan por un cambio real en Irán, que deben ser acompañados en todo el Medio Oriente y, finalmente, en todo el mundo para acabar con el islamismo, el sionismo, todo tipo de religionismo, nacionalismo, supremacismo e injusticias de clase, bajo una nueva orientación política, económica y social internacional.

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