Libia se encuentra nuevamente al borde de un conflicto abierto, mientras la paz frágil que se mantenía desde el alto el fuego mediado por la ONU en 2020 comienza a desintegrarse. Los recientes enfrentamientos en Tajoura, un suburbio de la capital Trípoli, y la movilización de fuerzas en el sur por parte del Ejército Nacional Libio han encendido las alarmas tanto a nivel nacional como internacional. Aunque estos incidentes no han escalado a un conflicto a gran escala, el riesgo de que la violencia se intensifique es cada vez mayor, evidenciando un statu quo insostenible que amenaza con sumergir al país en una nueva fase de caos.
La situación en Libia está marcada por una profunda división política y territorial que ha persistido desde la caída de Muamar Gadafi en 2011. Actualmente, el país está dividido entre el Gobierno de Unidad Nacional (GUN) en Trípoli, reconocido por la ONU, y el Gobierno de Estabilidad Nacional (GEN) en el este, respaldadopor el Ejército Nacional Libio. A pesar de los esfuerzos internacionales por promover una solución política, estas divisiones se han arraigado aún más, lo que ha complicado la posibilidad de elecciones unificadas y un gobierno estable.
Los recientes enfrentamientos en Tajoura, que dejaron al menos nueve muertos y varios heridos, son un reflejo de la creciente inseguridad en el país. Estos incidentes han sido atribuidos a disputas entre milicias locales, que siguen operando fuera del control del Estado y perpetúan un ambiente de inestabilidad. Aunque la mediación local logró contener temporalmente la situación, la tensión persiste, y los temores de un estallido mayor siguen latentes.
La economía de Libia, altamente dependiente del petróleo, también está en riesgo. Las fuerzas de Haftar han presionado en múltiples ocasiones para desviar ingresos del petróleo hacia el gobierno del este, lo que ha generado disputas con Trípoli. Esta lucha por el control de los recursos ha debilitado aún más la ya frágil economía del país, y cualquier escalada en el conflicto podría tener consecuencias devastadoras para su recuperación económica. La corrupción y las luchas internas entre las facciones políticas y militares han paralizado el desarrollo del país, y las instituciones clave, como el Banco Central, han sido blanco de ataques e intentos de control por parte de las facciones rivales.
En el plano internacional, el papel de las potencias extranjeras sigue siendo crucial, aunque contradictorio. Mientras que países como Turquía, Rusia y los Emiratos Árabes Unidos han influido en el curso del conflicto a lo largo de los años, su intervención también ha exacerbado las divisiones internas de Libia. Sin embargo, paradójicamente, son estas mismas potencias las que ahora parecen estar frenando una escalada mayor, al no mostrar un apoyo decidido a un nuevo conflicto, lo que sugiere que la situación podría mantenerse en un limbo inestable durante algún tiempo.
A nivel diplomático, la Misión de Apoyo de las Naciones Unidas en Libia (UNSMIL) ha estado trabajando para facilitar un diálogo entre las partes en conflicto, proponiendo medidas de fomento de confianza y buscando una desescalada general. No obstante, estos esfuerzos se ven obstaculizados por la falta de voluntad política y las acciones unilaterales de ambos bandos, que continúan minando cualquier avance hacia una solución negociada. Las tensiones entre el GUN y el GEN se han intensificado, y la falta de consenso en temas clave, como la gestión del Banco Central y la distribución de recursos, refleja el grado de desconfianza y fragmentación que predomina en el país.
La población libia, mientras tanto, se encuentra atrapada en medio de esta situación de incertidumbre y temor. Los ciudadanos expresan su frustración ante la falta de progreso político y temen que el país vuelva a sumirse en la guerra. Los jóvenes, en particular, ven pocas perspectivas de futuro en un país donde las oportunidades son escasas y la inseguridad es una constante. La desesperanza se ha extendido, y muchos buscan abandonar el país en busca de un mejor destino en el extranjero.
A pesar de este sombrío panorama, hay pequeños avances en algunos frentes. Las elecciones locales previstas para octubre de este año representan un destello de esperanza en un contexto dominado por la desilusión. Más de 200 mil personas se han registrado para votar, aunque la participación femenina sigue siendo baja, lo que resalta los desafíos persistentes en términos de igualdad y representación. Sin embargo, estos procesos electorales locales podrían contribuir a fortalecer la base de la democracia en Libia, siempre y cuando se mantenga la estabilidad y se logre contener la violencia.