Por Hossam el Hamalawy * / Middle East Eye / Viento Sur
A medida que se recrudece la guerra de Israel contra Palestina van aumentando las preocupaciones en todas las capitales de la región, especialmente en El Cairo. Cada vez que la resistencia palestina hace frente a la ocupación israelí el presidente Abdel Fattah al Sisi –el dictador militar que gobierna Egipto desde la última década– percibe tanto una oportunidad como un riesgo severo.
Desde los mandatos de los ex presidentes Anwar el Sadat y Hosni Mubarak, Egipto ha consolidado su función de encargado de la estabilidad regional siguiendo los intereses de Estados Unidos, de protector de la seguridad del Estado de Israel garantizando que ningún ejército árabe convencional lance nuevas guerras, y de mediador entre israelíes y palestinos.
Esa “mediación”, no obstante, ha significado en la práctica –especialmente desde que Hamas se hizo con el control de la Franja de Gaza en 2007– presionar a los grupos de resistencia palestinos para que abandonen sus operaciones o acepten compromisos políticos.
El Cairo se ha servido de diversos instrumentos para llevar a cabo tales planes, entre ellos, el de la cooperación en materia de seguridad con Fatah y con la Autoridad Palestina (AP), y lo que es más relevante, el de la gestión del paso fronterizo de Rafah, la única arteria vital para Gaza fuera del control de Tel Aviv.
No se puede decir que Egipto haya sido un mediador neutral. La guerra de Gaza de 2008 se inició al poco de que la ex ministra de Asuntos Exteriores israelí, Tzipi Livni, se reuniera con Mubarak en Egipto. Mubarak participó en la imposición del funesto cerco a Gaza que provocó una grave crisis humanitaria a la par que los representantes estatales y los medios de comunicación egipcios denunciaban sistemáticamente a Hamas.
Justo después del golpe de Estado de 2013 Egipto intensificó el asedio a Gaza cerrando el paso fronterizo de Rafah durante largos periodos de tiempo. Los medios de comunicación del país señalaron que Hamas y los Hermanos Musulmanes egipcios tenían la misma procedencia y adujeron que la organización palestina era responsable de los ataques contra soldados egipcios y otros incidentes en el Sinaí. La organización palestina lo negó.
Opresión y resistencia
En la guerra israelí contra Gaza de 2014, Egipto fue cómplice absoluto de Israel en su determinación de acabar con Hamas mientras imponía un castigo colectivo a toda la población palestina de la Franja.
Lo hizo por dos razones principales: la primera, la estrecha alianza que se forjó entre Egipto e Israel tras el golpe de Estado, por la que El Cairo permitió a la Fuerza Aérea israelí llevar a cabo ataques secretos en el Sinaí contra supuestos objetivos “terroristas”, y por la que Israel intervino ante Estados Unidos en nombre de Egipto para que se desbloquease la ayuda militar a ese país.
La segunda es la virulencia de Al Sisi contra cualquier causa respaldada por los revolucionarios durante el levantamiento de 2011, y esta es una cuestión que exige un análisis más concienzudo, porque la esperanza y la desesperación, la opresión y la resistencia, están dialécticamente entrelazadas.
La causa palestina ha sido durante mucho tiempo un factor radicalizador fundamental para generaciones de jóvenes egipcios y egipcias, y su puerta de entrada a la disidencia contra el régimen. Aunque casi toda la literatura sobre los movimientos sociales globales de 1968 se centra en las rebeliones estudiantiles y obreras del Norte Global, en el Sur Global también se produjeron protestas populares, y también en Egipto.
Parcialmente desilusionado con el ex presidente Gamal Abdel Naser tras la derrota de Egipto en la guerra de 1967, el movimiento estudiantil volvió a activarse posteriormente reivindicando cambios democráticos y exigiendo la rendición de cuentas de los altos mandos del ejército. La “tercera ola” del comunismo egipcio también se puso en marcha en 1968.
Los activistas propalestinos de los campus universitarios egipcios fueron una parte crucial de este nuevo movimiento social que alcanzó su cima durante las “revueltas del pan” de 1977, provocadas por los decretos neoliberales que suprimían las subvenciones a los productos básicos. Al final, Sadat tuvo que abandonar ese plan y mandar al ejército para sofocar las revueltas.
El control del Sinaí
Décadas después, el levantamiento egipcio de 2011 culminó un largo proceso de disidencia iniciado en 2000 con el estallido de la Segunda Intifada palestina. El régimen egipcio, como el resto de los regímenes árabes, defendía los derechos palestinos de boquilla pero veía en la resistencia armada y popular una fuente de inestabilidad y un modelo pernicioso que podría ser imitado por los disidentes locales.
Sin embargo, desde 2017, la animadversión de Al Sisi hacia Hamas se ha ido transformando gradualmente en un relativo acercamiento. Por un lado, Hamas ha demostrado ser fuerte. Por otro, para hacer frente a las bajas provocadas por la lucha contra la insurgencia del Sinaí, Egipto necesitaba la ayuda de la organización palestina para controlar el flujo de insurgentes y armas desde Gaza, así como las rutas de escape hacia Rafah.
El acercamiento significó aliviar el asedio a la Franja, la apertura del paso fronterizo de Rafah y la celebración de reuniones con dirigentes de Hamas para negociar una larga tregua con Israel. Sin embargo, la situación humanitaria en Gaza no mejoró, y la política exterior de Egipto siguió dependiendo de las directrices estadounidenses que alcanzaron nuevas exigencias bajo la administración Trump.
La elección del presidente Joe Biden en 2020 inauguró un nuevo capítulo en las relaciones entre Egipto y Gaza. Antes de asumir el cargo, Biden juró que exigiría responsabilidades al “dictador favorito” de Trump. La retórica sobre los derechos humanos estaba entre las principales prioridades del Partido Demócrata estadounidense impulsada por su ala “progresista”.
Pero el estallido de la guerra de Gaza de 2021 resultó ser una oportunidad de oro para que Al Sisi se presentara como un “mediador” creíble capaz de influir sobre Hamas y garantizar a la vez la seguridad de Israel. Egipto consiguió mediar para un alto el fuego y se ganó el favor de la administración Biden.
Desde entonces El Cairo ha retomado su función habitual de operar para la desescalada y el alto el fuego cada vez que estallan tensiones entre Israel y los palestinos. A cambio gana peso político en Washington y en otras capitales occidentales. Garantizar la calma también ha significado utilizar el paso fronterizo de Rafah como moneda de cambio con Hamas y pasar información a Israel sobre peligros inminentes.
En esta guerra actual, Al Sisi camina por la cuerda floja. Se ofrece a los dirigentes internacionales –algunos de los cuales se han mostrado críticos con su historial en materia de derechos humanos– como mediador válido que intenta rebajar la tensión. Pero al mismo tiempo le inquieta que una catástrofe humanitaria fuerce la reubicación en Egipto de las personas refugiadas palestinas al precio de que se desate la inestabilidad política interna.
Ha declarado públicamente que rechaza toda propuesta de trasladar a las personas palestinas al Sinaí y ha propuesto en su lugar que sean trasladadas al desierto del Negev “hasta que Israel cumpla su misión declarada de liquidar la resistencia”.
Sin embargo, Mada Masr, medio de comunicación independiente en línea, ha informado de que se están produciendo negociaciones en las que El Cairo está a punto de aceptar el reasentamiento de palestinos y palestinas en la península del Sinaí egipcio a cambio de incentivos económicos. La dirección del sitio web ha retirado posteriormente esta información alegando motivos de “seguridad nacional”.
Riesgos de disturbios
Pero lo que es más peligroso para al Sisi son las posibles consecuencias domésticas de una ciudadanía frustrada por el deterioro del nivel de vida y la crisis económica. A pesar de la caída en picado de su popularidad, su victoria en las próximas elecciones presidenciales está asegurada por la sencilla razón de que ha eliminado a los adversarios serios y porque los órganos del Estado se movilizarán en favor del autócrata.
La semana pasada estallaron protestas espontáneas en solidaridad con los palestinos y las palestinas en los campus universitarios, en los sindicatos profesionales, en las mezquitas y en algunas plazas públicas. Un grado de movilizaciones que no tiene precedentes desde el golpe de Estado y que recuerda a las de la década de 2000, cuando la segunda Intifada palestina reavivó la movilización política en las calles bajo el régimen de Mubarak.
Desde el 18 de octubre pasado el Estado ha intervenido en algunas acciones callejeras: las autoridades han ordenado a funcionarios públicos –o los ha movilizado el Partido Futuro de la Nación que dirigen los servicios de inteligencia– para celebrar concentraciones públicas en apoyo de la “indoblegable posición de al Sisi en defensa de la seguridad nacional de Egipto”.
Lo que pretenden estas movilizaciones es distraer la indignación popular que podría derivar en protestas contra el régimen. Por otro lado, pueden servir para negociar un mejor acuerdo con Israel si al Sisi acepta el plan de reasentamiento o si decide acabar con él.
Aun así, las protestas de estos días están normalizando de nuevo la expresión política en las calles. Aunque se haya reprimido la disidencia organizada el país es un polvorín a punto de estallar. Si no se acallan pronto las armas, Palestina puede ser el detonante.
* Hossam el Hamalawy, egipcio, es periodista y activista experto en el ejército y los servicios de seguridad egipcios.
Traducción: Loles Oliván Hijós para Viento Sur
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