La caída del régimen de Bashar al-Assad en Siria marca un punto de inflexión. La irrupción de bandas islámicas armadas y apoyadas principalmente por Turquía no traerá estabilidad ni paz, como algunos pretenden suponer. Más bien, inaugura una nueva etapa de barbarie en un país ya devastado por años de masacres, ocupaciones y conflictos interminables. La desaparición de los últimos elementos de contención que mitigaban ese caos, aunque fuera mínimamente, abre las puertas a un futuro incierto y posiblemente violento.
Entre los principales beneficiarios de esta situación se encuentra el Estado terrorista y genocida de Turquía, cuyo presidente, el criminal de guerra Recep Tayyip Erdogan, sueña con establecer un "neo otomanismo" y expandir su influencia al Cáucaso Sur y más allá, hacia los países de origen túrquico de Asia central, aniquilando también a las autonomías kurdas. En el fondo, el control de Siria representaba una disputa subterránea entre Turquía e Irán, dos viejos rivales con pasado imperial, por la supremacía en Medio Oriente y entre los países árabes y musulmanes.
Turquía, a su vez, busca convertirse en el principal proveedor de gas a Europa, reflotando la idea de habilitar un gasoducto que llegue allí desde Qatar pasando por Siria, lo que el régimen de Al-Assad impedía, y a su vez otro desde Azerbaiyán, estableciendo un corredor por el sur de Armenia, que divide a ambos países. Las condiciones de ese viaducto son las que están trabando un tratado de paz entre Armenia y Azerbaiyán, países en conflicto por la región de Artsaj (Nagorno Karabaj), así como otras peticiones ridículas que impone el dictador azerbaiyano Ilham Aliyev, quien realmente no quiere la paz, ya que su retórica y política belicista hacia Armenia es prácticamente lo único que lo sostiene en el poder. Es probable que este tirano, con muchas similitudes con Bashar al-Assad (heredó el cargo de su padre, hace décadas que gobierna una dinastía familiar con mano de hierro, proclaman a sus progenitores como "el gran líder nacional" y han construido numerosos monumentos suyos), termine de la misma manera tarde o temprano.
Otro Estado terrorista y genocida que se ha visto favorecido con el nuevo escenario sirio es Israel, que si bien lógicamente no se fía de estos grupos rebeldes islamistas que han ocupado el poder sirio, ha aprovechado la ocasión para atacar y destruir numerosos blancos militares y arsenales sirios, además de reforzar y ampliar su ocupación de los Altos del Golán, territorio sirio que usurpó en la Guerra de los Seis Días en 1967. La colaboración entre grupos yihadistas e Israel para socavar al gobierno sirio, según varias fuentes, ha sido evidente, con Turquía actuando como un puente clave en esa bizarra alianza.
En términos geopolíticos, el nuevo orden en Siria también refuerza los intereses del principal aliado del Estado sionista; el imperialismo estadounidense, al horadar el domino ruso e iraní en esa república árabe. Es probable que entre todos estos actores "aliados" que están celebrando la nueva realidad en Siria, las disputas emerjan tarde o temprano, pero incluso esas pugnas serán gestionadas por los mismos intereses que han patrocinado el presente caos.
El futuro de Siria es ahora incierto. En qué orden político derivará esta conjunción de diversas agrupaciones extremistas islámicas con el apoyo de poderes extranjeros es una incógnita. Varios analistas especulan con escenarios posibles como el de Afganistán, con un islamismo extremo impuesto por los talibanes, o el de Libia, con una fragmentación total que ha derivado en anarquía y guerra permanente.
En cualquier caso, no se puede descartar que surja una resistencia siria, que para tener un impacto transformador deberá adoptar una perspectiva popular que defienda el secularismo y rechace la dependencia de potencias extranjeras. Además, será crucial que sea unificadora y se fortalezca frente a las dinámicas regionales.
Los últimos acontecimientos en Siria deben interpretarse como una advertencia para otros países. Sectarismo, religiosidad fundamentalista, nacionalismo extremo y sumisión a poderes extranjeros son caminos que conducen al desastre. En el caso de Turquía, el impulso neo-otomano que busca ocultar las desigualdades y penosa situación interna con sueños de expansión, pone al país en riesgo de enfrentar su propia fragmentación.
En la guerra imperialista de fondo en curso entre Occidente y Oriente, los segundos han sufrido un golpe significativo. Pero ambos bandos representan los mismos intereses e ideales nacionalistas y capitalistas que están llevando al mundo a una decadencia absoluta, a la espera de la batalla final entre Estados Unidos y China,
Ni Siria ni el mundo encontrarán paz y estabilidad real hasta que el imperialismo, el capitalismo y los extremismos religiosos y nacionalistas sean confrontados y derrotados.