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Con desafíos por delante, finalmente asumió el progresista Arévalo en Guatemala


En medio de un complejo panorama político, finalmente el sociólogo Bernardo Arévalo asumió la presidencia de Guatemala el 14 de enero, enfrentándose a una serie de desafíos que van desde la oposición institucional hasta amenazas personales.


Desde su entrada sorpresiva en la segunda vuelta electoral, Arévalo ha experimentado una resistencia significativa, marcada principalmente por la hostilidad de la fiscal general Consuelo Porras, quien ha intentado negar su triunfo en numerosas ocasiones. Además, su partido, Movimiento Semilla, fue ilegalizado por el Congreso saliente, y él mismo recibió amenazas de muerte. Estos ataques se intensificaron aún más con los intentos de criminalización de las manifestaciones a su favor, evidenciando un intento concertado para obstaculizar su llegada al poder, lo que él denunció como el "pacto de corruptos".


A pesar de estos obstáculos, Arévalo logró aumentar su votación del 15% en la primera vuelta al 61% en la segunda. Sin embargo, la resistencia persiste incluso después de su juramentación, con la anulación del nombramiento del presidente del Congreso, Samuel Pérez, por la Corte Constitucional, lo que complica aún más el escenario político.


La presidencia de Arévalo se presenta como un desafío adicional, ya que enfrentará resistencia no solo desde los partidos opositores con mayor representación en el Congreso, sino también desde instituciones clave lideradas por el presidente saliente Alejandro Giammattei. La fiscal Porras, cuya remoción legal es complicada, representa un flanco importante para la nueva administración.


Con un gobierno de cuatro años y sin posibilidad de reelección, Arévalo tiene la tarea de equilibrar el diálogo con sectores opuestos y la necesidad apremiante de llevar a cabo una transformación social. A pesar del respaldo internacional que ha recibido, incluyendo figuras tan diversas como Luis Almagro y el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, Arévalo debe consolidar apoyos internos y mantener la cohesión del movimiento social que lo llevó al poder en 2015.


La gestión de Arévalo estará marcada por la necesidad de superar barreras institucionales y lidiar con fuerzas fácticas arraigadas, en un país con larga tradición de gobiernos conservadores. Además, deberá cumplir con las altas expectativas de una sociedad guatemalteca ansiosa de mejoras económicas y sociales. Sin dudas, se abren ciertas esperanzas en sectores de la “progresía” latinoamericana. Nosotros ya sabemos cómo terminan estos gobiernos conciliadores “centroizquierdistas” del sistema; sin cambios profundos, a lo sumo cosméticos, generando decepción y abriendo las puertas para el regreso de la derecha.


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