El imperialismo en declive estadounidense acecha a Venezuela
- Redacción Política Global.AR

- hace 7 días
- 2 Min. de lectura

En estos días, el gobierno estadounidense de Donald Trump dio un paso más en la escalada contra Venezuela: anunció que el espacio aéreo venezolano debe considerarse “cerrado” para cualquier aeronave que no sea norteamericana. Detrás de esa frase late la antesala de una intervención directa. Washington ya no se molesta en construir coartadas: la hostilidad abierta es la política oficial.
Las justificaciones que circulan son delirantes incluso para los estándares de la ultraderecha republicana. Voceros y congresistas fabulan sobre vínculos con organizaciones terroristas, contrabando de materiales nucleares o amenazas a la seguridad hemisférica. El patrón es conocido: inventar una “defensa propia” para lo que no será otra cosa que una agresión imperial clásica. Mientras tanto, Trump presiona para liberar o conmutar penas de aliados políticos en Centroamérica ligados al narcotráfico, demostrando que el moralismo antidroga es apenas el envoltorio descartable de sus aventuras geopolíticas.
En paralelo, los movimientos militares estadounidenses ya dejaron de ser preparativos y empezaron a adquirir la forma de un dispositivo operativo completo. A las costas venezolanas llegaron destructores, buques de asalto anfibio, submarinos y unidades aéreas que, bajo el pretexto de combatir el narcotráfico, forman una fuerza capaz de ejecutar ataques de precisión de gran escala. Los sobrevuelos de inteligencia, la actividad electrónica y la presencia permanente de drones y aviones cisterna indican que los planes están listos hace semanas. La ofensiva, de ocurrir, sería fulminante: paralizar infraestructura eléctrica y comunicacional, golpear nodos estatales sensibles y generar el vacío político necesario para que los opositores más radicalizados intenten un levantamiento interno.
La apuesta estratégica es transparente: reproducir un escenario “a la Panamá”, una operación corta, quirúrgica, que instale por shock un cambio de régimen. Según fuentes, en la Casa Blanca calculan que el aparato estatal venezolano es frágil, que parte de la oficialidad podría quebrarse y que una campaña aérea relámpago bastaría para sumir al país en una ingobernabilidad rentable para los intereses de Washington.
Sin embargo, incluso si ese análisis fuese parcialmente correcto, Estados Unidos enfrenta un riesgo que los halcones parecen subestimar: una guerra prolongada, con resistencia popular, con el riesgo de incendiar la región y con efectos impredecibles sobre un continente que ya lleva años acumulando tensiones sociales y políticas de magnitud. La euforia intervencionista convive con otro dato: Trump llega a esta aventura con un desgaste político profundo en su propio país y con una necesidad desesperada de fabricar victorias rápidas para sostenerse.
Las Fuerzas Armadas Bolivarianas, aunque limitadas en capacidad tecnológica frente a la maquinaria estadounidense, han comenzado a movilizar tropas, milicias y sistemas defensivos. Ni China ni Rusia moverán el tablero para evitar la agresión, pero la historia demuestra que la voluntad de un pueblo puede convertir una intervención fácil en un pantano político y moral.
Trump juega con fuego para recomponer su autoridad interna y demostrar que el imperialismo norteamericano aún conserva reflejos. Pero los imperios en declive suelen ser más peligrosos, más impulsivos y más propensos a cometer errores que cambian el curso de la historia. Y este, por más que se maquille con discursos sobre “seguridad hemisférica”, es un capítulo más del viejo libreto de dominación: golpear a un país soberano para disciplinar a todo un continente.






_edited.png)


