Por Carlos Fazio / La Jornada
El bloqueo selectivo del estratégico estrecho de Bab el-Mandeb (Puerta de las Lamentaciones) por los hutíes yemeníes de Ansalolá (Ansarallah o los Guardianes de Alá) −con impacto geopolítico y geoeconómico en el mar Rojo, el canal de Suez, el golfo de Adén, el Mar Arábigo y el océano Índico−, ha modificado los cálculos políticos y de seguridad de Estados Unidos en toda la región y ha obligado al Estado sionista de Israel a revaluar sus pérdidas económicas y los costos de una guerra prolongada de exterminio en la franja de Gaza de Palestina.
De paso, ha exhibido la pérdida de las capacidades disuasivas y de proyección de poder militar del Pentágono ante un actor no estatal, los rebeldes hutíes, en el marco de las guerras asimétricas de nuestros días.
Integrante del llamado Eje de la Resistencia conformado por Hamas en Gaza, Hezbolá en Líbano y las fuerzas de la resistencia iraquíes, atacando bases estadunidenses en Irak y Siria, los hutíes yemeníes se han constituido en una pieza político-militar clave de lo que se ha dado en llamar la Guerra de los Corredores Económicos entre Estados Unidos, la OTAN e Israel versus la asociación estratégica China/Rusia, quienes en enero podrían sumar a su favor la entrada de Irán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos al bloque ampliado de los BRICS.
En un orden mundial en transición larvada del unipolarismo atlantista al multipolarismo, Irán, en particular, además de dar respaldo político-ideológico al Eje de la Resistencia y contar con misiles hipersónicos Fattah y tecnología militar de punta desconocida, constituye un punto geoestratégico de la Ruta de la Seda terrestre de China y del Corredor de Transporte Norte-Sur que vincula a Rusia con India; asimismo, podría bloquear el estrecho de Ormuz −por donde pasa 20 por ciento del petróleo y 18 por ciento del gas licuado del mundo− en un instante.
En ese complejo escenario entre potencias, y a pesar de enfrentar una guerra interna y sucesivas crisis humanitarias, los hutíes de Yemen mostraron su inquebrantable apoyo y solidaridad con los mustazafeen (oprimidos) de la Tierra en la Palestina ocupada, y con un solo movimiento: el bloqueo marítimo de facto en el estrecho de Bab el-Mandeb (de 26 kilómetros de ancho) a todo barco mercante de propiedad israelí o en tránsito a puertos del Estado sionista, obligaron al primer ministro Benjamin Netanyahu y a sus patrocinadores en la Casa Blanca a revaluar la situación.
El 19 de noviembre, rebeldes hutíes se apoderaron del carguero Galaxy Leader, propiedad del millonario israelí Rami Ungar y posteriormente atacaron varios buques de contenedores que transitaban por la zona, lo que llevó a que las mayores navieras del mundo, como la danesa Maersk, Hapag-Lloyd (alemana), CMA CGM (francesa), la británica BP plc (antes British Petroleum), la china OOCL, MSC (suiza-italiana), la taiwanesa Evergreen y la israelita ZIM, suspendieran transitoriamente sus operaciones a través del mar Rojo y el canal de Suez.
Aunado al dramático alza del coste de la guerra de ocupación en Gaza y Cisjordania, estimado en 270 millones de dólares diarios por el Ministerio de Finanzas, a lo que se suma el frente en la frontera norte de los territorios ocupados bajo asedio de Hezbolá desde el sur libanés (y con capacidad para bloquear el puerto de Haifa), Israel debe tomar en cuenta la interrupción del comercio por la vía fluvial y marítima, por donde fluyen 99 por ciento de las mercancías que importa y exporta el Estado sionista.
Asimismo, en respuesta al castigo colectivo y la guerra genocida de Israel en Gaza, los guerrilleros hutíes incrementaron sus ataques con misiles balísticos y aviones no tripulados contra el puerto israelí (ocupado) de Eilat, que está próxima al colapso ya que sus ingresos cayeron 80 por ciento.
En respuesta a ese desafío estratégico, (Israel es el portaviones terrestre de Estados Unidos en Medio Oriente, zona petrolera por excelencia), el Pentágono optó por militarizar el mar Rojo, el golfo de Adén y el estrecho de Bab al-Mandab.
Tras una gira por Kuwait, Bahréin, Qatar e Israel, el secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, lanzó la eufemísticamente llamada Operación Guardián de la Seguridad (supuestamente para asegurar la seguridad de navegación en el mar Rojo), bajo el paraguas de la Fuerza Marítima Combinada 153, una coalición multinacional establecida en 2002, dirigida por la Quinta Flota acantonada en Bahréin, cuartel del Comando Central de la Armada estadunidense en el golfo Pérsico.
La operación dispone de cuatro destructores, tres estadunidenses y otro británico, cuya misión es la intercepción de misiles y naves no tripuladas hutíes. Además, Austin ordenó al portaviones USS Dwight D. Eisenhower, que abandonó precipitadamente el golfo Pérsico frente a las costas de Irán, que se uniera a la Fuerza 153, colocándose frente a la costa de Djibuti, que comparte con Yemen, del lado africano, el estrecho de Bab al-Mandeb, y donde cohabitan bases militares del Pentágono, de Japón, Italia, Francia y China.
Los militares hutíes contestaron que cualquier ataque contra bienes yemeníes o las bases de lanzamiento de misiles sería respondido, hasta que no cese la masacre israelí en Gaza. Para ello cuentan con misiles balísticos antibuque Zoheir y Khalij-e-Fars, con un alcance de 300/500 kilómetros.
Nunca en la historia de la Armada estadounidense se habían desplazado tantos portaviones con tan poco impacto.
En el marco de las guerras asimétricas de nuestros días, una nación pequeña y un actor no estatal, como los hutíes, con armamento militar moderno y de bajo costo, pueden amenazar de forma creíble con hundir un portaviones de la Armada de Joe Biden, que cuesta cientos de millones de dólares mantener desplegado y operativo. La proyección de fuerza y disuasión de las tropas estadunidenses ya no inspira miedo ni intimidación; con lo que un portaviones hundido podría convertirse en otro 11/S para la Casa Blanca.
A no ser que esa sea la excusa, en la fase pos-Ucrania, para que el complejo militar industrial incendie (destrucción creativa) todo Medio Oriente −vía una mayor militarización del Mediterráneo, el canal de Suez, el mar Rojo, el golfo de Adén, el mar Arábigo y el golfo Pérsico−, para perturbar el impulso comercial de la Iniciativa de la Franja y la Ruta china y la entrada de Irán, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos al BRICS.
Lo que encaja con la guerra de los corredores económicos multimodales entre el desfalleciente Occidente colectivo y la alianza China-Rusia, con un BRICS en ascenso. Aunque la chispa que incendie la pradera bien podría ser un ataque militar directo ordenado desde Washington contra objetivos críticos dentro de Irán, como recomiendan el senador republicano Lindsey Graham y el exasesor de Seguridad Nacional de Donald Trump, John Bolton.
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