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Francia: cae otro primer ministro y complica a Macron

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La renuncia del primer ministro francés Sébastien Lecornu, apenas 26 días después de asumir, marca un nuevo capítulo en la crisis política que atraviesa Francia. Había sido designado por el presidente Emmanuel Macron a fines de septiembre, tras la caída de François Bayrou, quien también había abandonado el cargo en medio de fuertes disputas internas dentro del bloque presidencial, y había reemplazado, a su vez, a Gabriel Attal, que dejó el puesto luego de la disolución fallida del Parlamento en 2024. Así, en menos de un año, Francia ya tuvo tres primeros ministros, más el nuevo que se designe, y ningún gobierno capaz de sostener una mayoría estable.


En el sistema semipresidencial francés, el primer ministro es nombrado directamente por el presidente, pero su continuidad depende de contar con el apoyo de la Asamblea Nacional. Es quien dirige la acción del gobierno, coordina a los ministros y se encarga de aplicar las grandes orientaciones políticas definidas por el jefe de Estado. Cuando no hay mayoría parlamentaria clara —como ocurre actualmente—, el cargo se vuelve un equilibrio frágil entre las presiones del Palacio del Elíseo, las fuerzas políticas aliadas y una oposición que puede derribar al gabinete mediante una moción de censura.


Lecornu, exministro de Defensa y figura cercana a Macron, intentó recomponer la alianza entre los macronistas y el sector conservador de Los Republicanos. Su objetivo era restablecer el diálogo con sindicatos y patronales, y reactivar la gestión sin recurrir al polémico artículo 49.3, que permite aprobar leyes por decreto. Pero la tarea se volvió imposible: la composición de su gabinete provocó el rechazo inmediato de sus socios de derecha, molestos por el regreso de viejos funcionarios del macronismo. En cuestión de horas, el apoyo político se desmoronó y Lecornu presentó su renuncia, convirtiéndose en el primer ministro más breve de la Quinta República.


La crisis expone el agotamiento del proyecto de Macron, que desde 2017 gobierna con una lógica tecnocrática y sin anclaje popular. Su intento de sostener un “centro” que contuviera a liberales y conservadores terminó generando un bloque sin cohesión ni rumbo. El Parlamento está fragmentado, el Ejecutivo carece de autoridad y las decisiones se traban en medio de rivalidades personales y cálculos electorales de cara a 2027.


El vacío de poder alimenta la polarización: La izquierdista Francia Insumisa de Mélenchon impulsa una moción para destituir al presidente, mientras la extrema derecha de Marine Le Pen gana terreno como alternativa de orden. Macron, debilitado y sin aliados confiables, enfrenta el dilema de disolver nuevamente la Asamblea —con el riesgo de un triunfo del Reagrupamiento Nacional— o prolongar una gestión sin legitimidad ni mayoría.


La caída de Lecornu no es sólo un tropiezo político, sino la evidencia de un sistema que ya no logra gobernar. La Quinta República, concebida para garantizar estabilidad, muestra su desgaste histórico: Francia se mueve entre el desconcierto, la parálisis y una creciente sensación de vacío democrático.

 
 

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