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Claves para entender el conflicto de Kosovo



Kosovo, una región montañosa en el corazón de los Balcanes, ha sido escenario de uno de los conflictos más violentos y prolongados de Europa en las últimas décadas. Actualmente es un Estado, la República de Kosovo, desde que se independizó de Serbia en 2008 con el apoyo de Estados Unidos y la mayoría de los países europeos, aunque no cuenta con reconocimiento internacional unánime, dado que el Estado serbio aún se niega a renunciar a su soberanía sobre el territorio.


Poblado por poco menos de dos millones de habitantes en la actualidad, para comprender el conflicto de Kosovo es crucial examinar su trasfondo histórico, ya que siempre ha contenido una rica diversidad étnica y religiosa, en los últimos siglos consolidándose una población mayoritaria albanesa de religión musulmana y una minoría serbia predominantemente cristiana ortodoxa, lo que ha provocado arduas disputas territoriales y tensiones étnicas entre ambos, agitadas como siempre por los nacionalismos y corrientes extremistas de los dos lados.


La situación colapsó en la década de 1990 con la desintegración de Yugoslavia, un Estado creado luego de la Primera Guerra Mundial que aglutinaba a los pueblos sudeslavos, del que posteriormente surgieron Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia, mientras que Kosovo pasó a tener un estatus de “provincia autónoma” dentro del territorio serbio, cuyas autoridades no estaban dispuestos a renunciar a su control sobre lo que consideraban una cuna de la identidad y la historia serbia, a pesar de las demandas de autonomía e independencia que exigían los albaneses de Kosovo, alimentados por un fuerte sentimiento nacionalista.


El conflicto alcanzó su punto álgido en 1998, con represiones violentas por parte de las fuerzas de seguridad serbias y una creciente resistencia albanesa. El terror y las violaciones a los derechos humanos llevaron a la intervención de la OTAN en 1999, con una campaña militar liderada por Estados Unidos y otros países occidentales para encauzar la situación y establecer una administración internacional en Kosovo. Tras el desenlace bélico, con miles de víctimas, la Organización de las Naciones Unidas estableció allí una misión de paz que junto a dirigentes de la etnia albanesa mantenían la administración, aunque Kosovo permanecía de derecho como una provincia autónoma de Serbia. Hasta que en 2008, Kosovo declaró su independencia, proclamada por la mayor parte de los habitantes de origen étnico albanés, lo que provocó una fuerte disrupción a nivel internacional, ya que ha sido aceptada por alrededor de 95 países, incluidos los Estados Unidos y la mayoría de los Estados miembros de la Unión Europea, pero no obviamente por Serbia, y otros noventa y tantos Estados, incluidos Rusia y China. Ni tampoco, por la ONU.


El foco del recrudecimiento actual del conflicto yace en que la parte norte de Kosovo está habitada en su mayoría por personas de etnia serbia, administrada autónomamente por un organismo con apoyo del Estado serbio, entidad que lógicamente no es admitida por el autoproclamado gobierno kosovar.


No obstante, en cuatro municipios norteños fueron electos alcaldes albanokosovares, algo que los serbokosovares no quieren aceptar, y realizan intensas protestas a diario frente a los ayuntamientos de tres de esas localidades.


La Unión Europea se encuentra mediando para restablecer el orden, pero está claro que, aunque logren detener esta última ola de desmanes, el conflicto de Kosovo está muy lejos de resolverse, y como en otros tantos conflictos en los que median factores nacionales, étnicos, territoriales y de intereses, bajo un sistema mundial como el actual, es directamente imposible. Hará falta un reordenamiento de orden político, social, económico y humano mucho más profundo para superar estas cuestiones.


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