Por Pablo Heller / Prensa Obrera
Trump no sólo logró una contundente ventaja en el Colegio Electoral que le asegura el acceso a la presidencia sino que superó holgadamente en votos a su rival, cuestión que no figuraba en los pronósticos de ninguna de las encuestas previas a las elecciones. El candidato republicano cosechó 68 millones de votos (51%) contra 63 millones de Kamala Harris (47%): una diferencia de 5 millones de votos. Comparado con el 2000, creció en 48 de los 50 Estados. Con esta votación, el Partido Republicano se asegura el control de las dos cámaras. Cabe destacar, además, que se incrementa el número de gobernadores republicanos.
Una de los elementos que destaca la prensa internacional es la gran movilización de las poblaciones rurales, incluidos franjas pobres que logró promover Trump en tanto que los votantes urbanos que se supone iban a favorecer a Kamala no fueron a votar en la misma proporción. Más aún, un dato relevante es la pérdida de votos entre el electorado habitualmente adepto a los demócratas, incluida la minoría latina y afroamericana.
Por más que se ha tratado de presentar que los números económicos mejoraron y bajó la inflación, lo cierto es que los productos de primera necesidad están más caros que antes de la pandemia y lo que se registra es una deterioro en el poder adquisitivo de la población trabajadora y de menores recursos de Estados Unidos. Lo expuesto forma parte de una pendiente declinante que se vienen dando en las últimas décadas en las condiciones de vida y la ausencia de un perspectiva de progreso entre los trabajadores estadounidenses, fenómeno que se agudiza en las filas de la juventud.
Este panorama se da en el marco de un declive de la primacía económica y el liderazgo de Estados Unidos en el concierto mundial. La llamada “globalización” y el acople chino-norteamericano ha tenido como correlato un proceso de desindustrialización, con una deslocalización de fábricas y una caída del empleo local.
Trump ha explotado estos factores de descontento planteando una resurrección de Estados Unidos. El discurso contra los migrantes y el proteccionismo son enarbolados como banderas para provocar ese giro en el empleo y la vida de los estadounidenses.
El triunfo, por lo tanto, está asociado a este fenómeno. Una segunda clave es que Kamala Harris no tenía ninguna alternativa para ofrecer. Trump impuso la agenda que dominó el escenario electoral. Los medios han destacado la convergente adaptación de los demócratas a los planteos del dirigente republicano en materia arancelaria, impositiva, comercial, petrolera y migratoria.
Y se extiende también a la política exterior. Kamala fue más extrema que el propio aparato demócrata en su apoyo a Israel. El Partido Demócrata también comparte con los republicanos su hostilidad con China, convertida en “enemigo estratégico”. La controversia mayor sigue siendo en torno a la guerra de Ucrania. Trump ha prometido finalizar la guerra; aunque hay que ver que es lo que pasará cuando se pretenda entablar las negociaciones y destrabar el conflicto; lo cierto es que los demócratas, entretanto, aparecieron en el ruedo electoral paradójicamente como el ala más guerrerista.
Lo que se viene
¿Cuál es el panorama para adelante?
El “pacifismo” de Trump no pasa de una impostura. No hay que descartar que Trump, como ya ha insinuado, podría incrementar la política agresiva contra Rusia en caso de que las negociaciones fracasen. Las concesiones territoriales y la presencia militar rusa en Europa es un tema muy delicado, surcado por intereses estratégicos cruzados donde intervienen las principales potencias capitalistas. Y entre los propios republicanos no hay uniformidad.
La apuesta de Trump es desactivar la guerra con Rusia para concentrar todas las baterías contra China. En este contexto, la política es presionar a sus aliados de la Otan para que aumenten el gasto militar. Las tensiones con China están llamadas a incrementarse y la ofensiva israelí, en el marco de la regionalización en curso del conflicto, está lejos de detenerse. O sea, lejos de un “pacifismo” lo que prima es el militarismo y la guerra.
Es necesario tener presente que las escaladas bélicas en desarrollo responden a tendencias de fondo. Es la confesión que la competencia capitalista no puede resolverse por medios económicos sino que debe apelar crecientemente a medios extraeconómicos: diplomáticos, políticos y militares. Estamos frente a la tentativa de superar la crisis e impasse capitalista a través del uso de la fuerza, lo que refuerza los choques interimperialistas y los intentos de avanzar en la colonización y sometimiento del exespacio soviético y China.
¿Y qué se viene en la economía?
Trump prometió recortar impuestos y subir aranceles; son medidas controvertidas que podrían agravar la crisis económica estadounidense. La guerra comercial a la que ya recurrió Estados Unidos no revirtió la balanza comercial, así como tampoco las represalias y sanciones comerciales lograron el dominio de Estados Unidos en alta tecnología acosado por China y Taiwán, por sobre todo. Además un aumento de aranceles pueden ser un acicate a la inflación.
Las supuestas ventajas tributarias que pregona Trump muy probablemente no le den el resultado esperado y sí terminen por provocar un descalabro en las cuentas públicas y pueda llevar a un extremo la crisis de la deuda que ya está en curso. No olvidemos que la deuda supera al PBI y el déficit podría irse por las nubes. Los intereses de la deuda orillan el billón de dólares y superan el gasto militar.
Es necesario no olvidar que asoma en Estados Unidos el fantasma de la recesión. La Reserva Federal ha empezado a bajar la tasa de interés para impedir un aterrizaje brusco de la economía. Es muy incierto que estas medidas logren este propósito pero será suficiente para disparar un salto en la crisis de la deuda. Hay que tener presente que Estados Unidos es la principal aspiradora de capitales de todo el mundo. Y a través del endeudamiento ha logrado financiar sus déficits gemelos (fiscal y comercial). Un debilitamiento del dólar provocado por un descenso de la tasa de interés aumentaría las tendencias ya existentes de los acreedores extranjeros a abandonar sus tenencias en moneda norteamericana y ahondaría todavía más las dificultades del Tesoro para financiarse. En este contexto, la pretensión de Trump de preservar un dólar fuerte puede terminar alimentando las tendencias recesivas que se buscan evitar.
En resumen, Trump va a tener que lidiar con contradicciones explosivas, que el intervencionismo estatal se revela cada vez más impotente para mitigar.
Fracaso de la democracia
Hay algo que emerge cada vez con más fuerza que es la descomposición y el fracaso de la democracia. La crisis capitalista ha hecho su trabajo implacable de topo y ha terminado socavando las bases de sustentación de la democracia no sólo de los países atrasados y periféricos sino de las principales metrópolis imperialistas y, en primer lugar, de la primera potencia del planeta. Ahí tenemos el auge de la ultraderecha en Europa con Georgia Meloni en Italia, Marine Le Pen en Francia, en Holanda y Austria, y las formaciones filo nazis en Alemania.
En Estados Unidos, el giro derechista tiene, obviamente, como principal exponente a Trump. El presidente electo apunta a consagrar un régimen autoritario que gobierne por encima de las instituciones democráticas, restringiendo las libertades e imponiendo un salto en la regimentación política y represión interna. Una mayor concentración de poder a través de las medidas descriptas en el Proyecto 2025 como despedir a los empleados públicos del gobierno y reemplazarlos por elementos leales al gobierno y poner los poderes del Estado, como el Departamento de Justicia, bajo el control directo del presidente. En la misma dirección, van los planes de promover una reforma educativa para terminar con lo que Trump llama el “adoctrinamiento” en las escuelas. Ya cuenta con una mayoría adicta en la Corte Suprema.
Un Ejecutivo fuerte y un régimen policial se compadecen, por un lado, con la necesidad de hacerle frente a los crecientes antagonismos sociales, y por el otro responden a las tendencias a choques y guerras entre los Estados que plantea como requisito previo disciplinar a las diferentes clases sociales en el plano interno.
Consecuencias en Argentina
La victoria de Trump ha despertado un júbilo en las huestes de Milei. No se puede escapar que el discurso libertario tienen muchos puntos de contacto en el plano ideológico con el del magnate estadounidense: macartista y represivo, contrario al derecho al aborto y los derechos de la mujer y de las diversidades, al cambio climático, etc. La camarilla gobernante se ve fortalecida políticamente por este hecho pero quien pretenda ver en ello una tabla salvadora de la crisis económica argentina y la política oficial está totalmente equivocado. Trump tiene una política más proteccionista que los demócratas y uno de los primeros impactos negativos sería la aplicación generalizada de aranceles que pretende implementar el presidente electo.
Tampoco hay que entusiasmarse con plata fresca por parte del gobierno norteamericano o, en su defecto, un guiño favorable en el FMI. Hay que tener presente que Estados Unidos tiene poder de veto en ese organismo pero no es lo mismo cuando se debe adoptar una medida que tiene que consensuar con las otras potencias presentes en el organismo. No olvidemos, asimismo, que la retórica de Trump en campaña fue que había que dejar de utilizar los recursos propios para auxiliar a otros países del mundo. Por último, la crisis de la deuda norteamericana obliga ante todo a que entren capitales y no que salgan del país, priorizando en primer lugar el financiamiento de sus propias necesidades.
Comentario final
El resultado de las elecciones norteamericanas merece ser seguido con suma atención por los trabajadores argentinos.
Por un lado, porque expresa la profunda putrefacción del orden social vigente que está abriendo paso a la guerra, a la fascistización y una ataque sin precedentes a las condiciones de existencia de la población, arrastrando a todo el planeta a esa pesadilla. El caso de Estados Unidos es aleccionador porque vemos cómo esa agenda ha sido recogida por los demócratas, tomando como propias muchas de las propuestas de los republicanos.
La política de la izquierda demócrata y en particular de los Demócratas Socialistas, en este contexto, lleva a un callejón sin salida: impulsaron el apoyo a Kamala Harris, votaron los créditos de guerra y algunos de sus miembros reivindicaron el derecho a la defensa del Estado sionista. Además, esta vez ni siquiera presentaron un candidato independiente, como hicieron hace cuatro años con Sanders. De lo que se trata es tener un política independiente, que no esté atada a los demócratas u otras variantes capitalistas, es la única forma de que progrese la lucha contra Trump y la derecha y el peligro fascista. Es necesario construir una fuerza política revolucionaria en Estados Unidos que le dé una expresión a la explosión estudiantil en las universidades en solidaridad con la causa palestina y la aparición en escena gremial de una nueva camada de jóvenes activistas que vienen encabezando la ola de conflictos que han ido creciendo en los años recientes
En América Latina el arco de partidos enrolados en el llamado “progresismo” ha seguido el mismo derrotero que los demócratas estadounidenses, bloqueando la acción popular y pactando con la derecha, pavimentando el terreno, por esa vía, a su acceso al poder.
Es necesario defender a muerte la independencia política de los trabajadores. Esto vale en Argentina cuando enfrentamos el desafío de derrotar a Milei, que sólo puede prosperar mediante la huelga general y los métodos propios e históricos de la clase obrera. El acto público del Partido Obrero del 9 de noviembre en Parque Lezama presidido por la consigna “Fuera Milei” se inscribe en este propósito y en esta perspectiva.