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"Keep on rockin’ in the free world…"

Por Vijay Prashad / Tricontinental.org

La noche del 14 de mayo el secretario de Estado estadounidense Antony Blinken se subió al escenario del Barman Dictat de Kiev (Ucrania) para coger una guitarra eléctrica y unirse a la banda punk ucraniana 19.99. Los ucranianos están “luchando no solo por una Ucrania libre, sino por un mundo libre”, dijo. A continuación, Blinken y 19.99 tocaron el estribillo de Rockin’ in the Free World [Rockin’ en el mundo libre], de Neil Young, ignorando por completo las implicaciones de su letra, al igual que Donald Trump, quien, para irritación de Young, utilizó el estribillo en su campaña presidencial de 2015-2016.


En febrero de 1989, el día después de que Young recibiera la noticia de que la gira de su banda por la URSS había fracasado, escribió la letra de la canción, apoyándose en sus críticas a los años de Reagan y al primer mes de la presidencia de George H. W. Bush. Aunque a primera vista suena patriótica, esa canción —como Born in the USA (1984) de Bruce Springsteen— es profundamente crítica con las jerarquías y humillaciones de la sociedad capitalista.


Las tres estrofas de “Rockin’ in the Free World” pintan un cuadro de desesperación (“people shufflin’ their feet/ people sleepin’ in their shoes”: “la gente arrastra los pies/ la gente duerme en sus zapatos”) definido por la epidemia de drogas que azota a los pobres (una mujer “puts the kid away/ and she’s gone to get a hit’: ‘aleja al niño/ y se va a buscar droga”), el colapso de las oportunidades educativas (“there’s one more kid/ that will never go to school”: ‘hay un niño más/ que nunca irá a la escuela’), y una creciente población que vive en la calle (“we got a thousand points of light/ for the homeless man”: ‘tenemos mil puntos de luz/ para el vagabundo”). La canción de Springsteen, escrita a la sombra de la guerra de EE.UU. contra Vietnam (“so they put a rifle in my hand/ sent me off to a foreign land/ to go and kill the yellow man”: “así que me pusieron un rifle en la mano/ me enviaron a una tierra extranjera/ para ir a matar al hombre amarillo”), también captó el estrangulamiento de la clase trabajadora en EE.UU., muchos de los cuales no pudieron encontrar trabajo tras regresar de una guerra que no deseaban (“down in the shadow of the penitentiary/ out by the gas fires of the refinery/ I’m ten years burning down the road/ nowhere to run ain’t got nowhere to go”: “a la sombra de la penitenciaría/ junto a los fuegos de gas de la refinería/ llevo diez años ardiendo en la carretera/ no tengo adónde ir”).


Son canciones de angustia, no himnos de guerra. Corear “born in the USA” o “keep on rockin” in the free world” no evoca un sentimiento de orgullo por el Norte Global, sino una feroz crítica a sus despiadadas guerras. “Rockin’ in the free world” está cargada de ironía. Blinken no lo entendió, ni tampoco Trump. Quieren el encanto del rock and roll, pero no la acidez de sus letras. No entienden que la canción de Neil Young de 1989 es la banda sonora de la resistencia a las guerras estadounidenses que se sucedieron contra Panamá (1989-1999), Irak (1990-1991), Yugoslavia (1999), Afganistán (2001-2021), Irak (2003-2011), y muchas más.


Blinken viajó a Kiev para celebrar la aprobación de tres proyectos de ley en la Cámara de Representantes de Estados Unidos que destinan 95.300 millones de dólares a los ejércitos de Israel, Taiwán, Ucrania y EE. UU. Esto se suma a los más de 1,5 billones de dólares que EE. UU. gasta cada año en su ejército. Es obsceno que este país siga suministrando a Israel municiones mortíferas para su genocidio contra el pueblo palestino de Gaza, incluidos los 26.400 millones de dólares que prometió a Israel en los nuevos proyectos de ley, mientras finge preocupación por la hambruna y la matanza de palestinos. Es espantoso que Estados Unidos siga impidiendo las conversaciones de paz entre Ucrania y Rusia mientras financia al desmoralizado ejército de la primera (incluidos 60.800 millones de dólares para armamento solo en los nuevos proyectos de ley), ya que EE. UU. pretende utilizar el conflicto para “ver a Rusia debilitada”.


En el otro extremo de Eurasia, Estados Unidos también ha utilizado la cuestión de Taiwán en sus esfuerzos por “debilitar” a China. Por eso, esta asignación suplementaria destina 8.100 millones de dólares a la “seguridad indo-pacífica”, incluidos 3.900 millones en armamento para Taiwán y 3.300 millones para la construcción de submarinos en EE. UU. Taiwán no está solo como potencial Estado de primera línea en esta campaña de presión contra China: el recién formado Squad, constituido por Australia, Japón, Filipinas y EE. UU., utiliza los conflictos solucionables entre Filipinas y China como oportunidades para armar maniobras peligrosas con la esperanza de provocar una reacción de China que dé a EE. UU. una excusa para atacarla.


Nuestro nuevo dossier, La Nueva Guerra Fría hace temblar el noreste asiático, publicado en colaboración con el International Strategy Centre (Seúl, Corea del Sur) y Basta de Guerra Fría, sostiene que “La Nueva Guerra Fría contra China, liderada por Estados Unidos, está desestabilizando el noreste asiático aprovechando las fracturas históricas de la región, y como parte de una campaña de militarización más amplia que se extiende desde Japón y Corea del Sur, a través del Estrecho de Taiwán y Filipinas, hasta Australia y las islas del Pacífico”. La excusa de esta acumulación en lo que EE. UU. denomina el “Indo-Pacífico” (un término desarrollado para atraer a la India a la alianza para cercar a China) es Corea del Norte, cuyos programas nucleares y de misiles se utilizan para justificar la movilización asimétrica a lo largo del borde del Pacífico de Asia. El hecho de que el presupuesto militar de Corea del Sur en 2023 (47.900 millones de dólares) fuera más del doble del PIB de Corea del Norte (20.600 millones de dólares) en el mismo año es solo un ejemplo que pone de manifiesto este desequilibrio. Este uso de Corea del Norte, argumenta el dossier, “siempre ha sido un pretexto para las estrategias de contención estadounidenses, primero contra la Unión Soviética y hoy contra China”.


En los primeros años del desarrollo estadounidense de la “estrategia indopacífica”, académicos chinos como Hu Bo, Chen Jimin y Feng Zhennan argumentaron que el término era meramente conceptual, limitado por las contradicciones entre los países implicados en el desarrollo de la estrategia china de contención. Sin embargo, en los últimos años se ha desarrollado una nueva opinión según la cual estos cambios en el Pacífico suponen una seria amenaza para China y esta debe responder con contundencia para evitar cualquier provocación. Es esta situación, caracterizada por la creación por parte de Estados Unidos de alianzas diseñadas para amenazar a China ( el Quad, AUKUS, JAKUS y el Squad) junto con la negativa de China a doblegarse ante el hiperimperialismo del Norte Global, la que crea una seria amenaza en Asia.


La última sección del dossier, “Un camino hacia la paz en el noreste asiático”, ofrece una ventana a las esperanzas de los movimientos populares de Okinawa (Japón) y la península coreana, así como de China de encontrar un camino hacia la paz. Este camino se basa en cinco sencillos principios: poner fin a las peligrosas alianzas, a los juegos de guerra dirigidos por EE. UU. en la región y a la intervención estadounidense en la misma, y apoyar la unidad entre las luchas de la región, así como las luchas en primera línea para acabar con la militarización en Asia. Este último punto está siendo combatido en varios frentes por quienes viven cerca de la base aérea de Kadena en Okinawa y de la bahía de Henoko, así como de la instalación de Defensa Terminal de Área a Gran Altitud en Corea del Sur y de la base naval de Jeju, por nombrar algunas.


Hace varios años visité la Galería Maruki, a las afueras de la ciudad de Higashi-Matsuyama, en Saitama, donde vi los extraordinarios murales realizados por Ira Maruki (1901-1995) y Toshi Maruki (1912-2000) para recordar la terrible violencia de las bombas nucleares que el gobierno estadounidense lanzó sobre Hiroshima y Nagasaki. Estos murales, realizados en el tradicional estilo japonés sumi-e de tinta lavada, representan el inmenso impacto humano de la crueldad de la guerra moderna. Gracias al conservador jefe Yukinori Okamura y a la coordinadora internacional Yumi Iwasaki, hemos podido incluir algunos de estos murales en nuestro dossier y en este boletín.


En 1980, la dictadura militar surcoreana detuvo a Kim Nam-ju (1945-1994) y a otros 35 izquierdistas por su participación en el Comité de Preparación del Frente de Liberación Nacional. Kim era poeta y traductor, y tradujo al coreano Piel negra, máscaras blancas, de Frantz Fanon, y los escritos de Ho Chi Minh. Durante los ocho años que pasó en la prisión de Gwangju, Kim escribió una serie de poemas impactantes, que pudo sacar de contrabando para su publicación. Uno de esos poemas, “Las cosas realmente han cambiado”, trata de cómo se ahogan las ambiciones del pueblo coreano sobre su propia península.


Bajo el imperialismo japonés si el pueblo Joseon

gritaba “¡Viva la independencia!”

los policías japoneses venían y se los llevaban.

Los fiscales japoneses los interrogaban.

Los jueces japoneses los llevaban a juicio.


Japón se retiró y EE.UU. intervino

Ahora si los coreanos

dicen “Yankee go home”

la policía coreana viene y se los lleva

Los fiscales coreanos los interrogan

Los jueces coreanos los juzgan


Las cosas realmente han cambiado tras la liberación

Porque grité “¡Fuera los invasores extranjeros!”

gente de mi propio país

me detuvo, interrogó y juzgó.


Cordialmente,


Vijay

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