Por Vijay Prashad | CounterPunch.org
Sabah (Libia) es una ciudad-oasis en el extremo norte del desierto del Sáhara. Situarse en el límite de la ciudad y mirar hacia el sur, hacia el desierto de Níger, es sobrecogedor. La arena se extiende hasta el infinito y, si sopla el viento, la levanta hasta cubrir el cielo. Los coches llegan a la ciudad por la carretera que pasa junto a la mezquita de al-Baraka. Algunos de estos coches proceden de Argelia (aunque la frontera suele estar cerrada) o del Djebel al-Akakus, las montañas que recorren el borde occidental de Libia. De vez en cuando, una camioneta Toyota blanca llena de hombres procedentes de la región africana del Sahel y de África occidental se abre paso hasta Sabah. Estos hombres han conseguido milagrosamente atravesar el desierto, por lo que muchos de ellos bajan del camión y se tiran al suelo en una oración desesperada. Sabah significa «mañana» o «promesa» en árabe, una palabra muy apropiada para esta ciudad que se agarra al borde del enorme, creciente y peligroso Sáhara.
Durante la última década, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de las Naciones Unidas ha recopilado datos sobre las muertes de migrantes. El Proyecto Migrantes Desaparecidos publica sus cifras cada año, y este mes de abril ha dado a conocer las últimas. En los últimos diez años, la OIM afirma que 64.371 mujeres, hombres y niños han muerto mientras se desplazaban (la mitad de ellos han fallecido en el mar Mediterráneo). De media, cada año, desde 2014, han muerto 4.000 personas. Sin embargo, en 2023, la cifra aumentó a 8.000. Uno de cada tres migrantes que huyen de una zona de conflicto muere en el camino en el intento de alcanzar un lugar seguro. Estas cifras, sin embargo, están groseramente desinfladas, ya que, sencillamente, la OIM no puede hacer un seguimiento de lo que ellos llaman «migración irregular”. Por ejemplo, la OIM admite que «algunos expertos creen que mueren más migrantes al cruzar el desierto del Sáhara que en el mar Mediterráneo.»
Abdel Salam, que regenta un pequeño negocio en el pueblo, señala a lo lejos y dice: «En esa dirección está Toummo», la ciudad libia fronteriza con Níger. Desliza las manos por el paisaje y dice que en la región entre Níger y Argelia está el Paso del Salvador, y es por esa brecha por donde van y vienen drogas, emigrantes y armas, un comercio que enriquece a muchos de los pequeños pueblos de la zona, como Ubari. Con la erosión del Estado libio desde la guerra de la OTAN en 2011, la frontera es en gran medida porosa y peligrosa. Fue desde aquí desde donde el líder de Al Qaida, Mojtar Belmojtar, trasladó sus tropas desde el norte de Malí a la región libia de Fezzan en 2013 (se dice que le mataron en Libia en 2015). También es la zona dominada por los contrabandistas de cigarrillos de Al Qaida, que transportan millones de cigarrillos Cleopatra de fabricación albanesa a través del Sáhara hasta el Sahel (Belmojtar, por ejemplo, era conocido como el «Hombre Marlboro» por su papel en este comercio). De vez en cuando, un camión Toyota se dirige hacia la ciudad. Pero muchos de ellos desaparecen en el desierto, víctimas de las aterradoras tormentas de arena o de secuestradores y ladrones. Nadie puede seguir la pista de estas desapariciones, ya que nadie sabe siquiera que se han producido.
La película Io Capitano (2023), de Matteo Garrone, nominada al Oscar, cuenta la historia de dos chicos senegaleses -Seydou y Moussa- que van de Senegal a Italia pasando por Mali, Níger y luego Libia, donde son encarcelados antes de huir por el Mediterráneo hasta Italia en un viejo barco. Garrone construyó la historia a partir de los relatos de varios emigrantes, entre ellos Kouassi Pli Adama Mamadou (de Costa de Marfil, que ahora es un activista que vive en Caserta, Italia). La película no rehúye la dura belleza del Sáhara, que se cobra la vida de emigrantes que aún no son vistos como tales por Europa. La película se centra en el viaje a Europa, aunque la mayoría de los africanos emigran dentro del continente (21 millones de africanos viven en países en los que no han nacido). Io Capitano termina con un helicóptero sobrevolando el barco mientras se acerca a la costa italiana; ya se ha señalado que la película no reconoce las políticas racistas que recibirán Seydou y Moussa. Lo que no se muestra en la película es cómo los países europeos han intentado construir una fortaleza en la región del Sahel para impedir la migración hacia el norte.
Cada vez más migrantes han buscado la ruta Níger-Libia tras la caída del Estado libio en 2011 y la represión en la frontera hispano-marroquí de Melilla y Ceuta. Hace una década, los Estados europeos centraron su atención en esta ruta, intentando construir un «muro» europeo en el Sáhara contra los migrantes. El objetivo era detener a los migrantes antes de que llegaran al Mediterráneo, donde se convertirían en una vergüenza para Europa. Francia, a la cabeza, reunió en 2014 a cinco de los Estados del Sahel (Burkina Faso, Chad, Mali, Mauritania y Níger) para crear el G5 Sahel. En 2015, bajo presión francesa, el gobierno de Níger aprobó la Ley 2015-36 que criminalizaba la migración a través del país. El G5 Sahel y la ley de Níger vinieron acompañados de financiación de la Unión Europea para proporcionar tecnologías de vigilancia -ilegales en Europa- que se utilizarían en esta banda de países contra los migrantes. En 2016, Estados Unidos construyó la base de drones más grande del mundo en Agadez, Níger, como parte de este programa contra los migrantes. En mayo de 2023, Border Forensics estudió las trayectorias de los migrantes y descubrió que, debido a la ley de Níger y a estos otros mecanismos, el Sáhara se había convertido en una «tumba al aire libre”.
Sin embargo, en los últimos años, todo esto ha empezado a desmoronarse. Los golpes de Estado en Guinea (2021), Mali (2021), Burkina Faso (2022) y Níger (2023) han provocado el desmantelamiento del G5 Sahel, así como la exigencia de retirada de las tropas francesas y estadounidenses. En noviembre de 2023, el gobierno de Níger revocó la Ley 2015-36 y liberó a quienes habían sido acusados de ser contrabandistas.
Abdourahamane, un grande de la localidad, se acercó a la zona de la Gran Mezquita de Agadez y habló de los migrantes. «La gente que viene aquí son nuestros hermanos y hermanas», dijo. «Vienen. Descansan. Se van. No nos traen problemas». La mezquita, construida en arcilla, lleva dentro las marcas del desierto, pero no es efímera. Abdourahamane me contó que se remonta al siglo XVI, mucho antes de que naciera la Europa moderna. Muchos de los emigrantes vienen aquí a recibir sus bendiciones, antes de comprar gafas de sol y cruzar el desierto, con la esperanza de atravesar las arenas y encontrar su destino en algún lugar al otro lado del horizonte.