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Foto del escritorAlex Hadjian

Turquía: se perpetúa en el poder un pichón de sultán



Finalmente el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, se impuso en el ballotage de las elecciones presidenciales y logró una vez más ser reelecto en el cargo. El candidato opositor que llegó a la segunda vuelta para enfrentarlo, Kemal Kilicdaroglu, había logrado unificar al grueso de la oposición, pero no fue suficiente para derrotar al autócrata de Turquía, que sobrevive de este modo electoralmente a una inflación exponencial y a un devastador terremoto que puso de manifiesto la precariedad de la construcción edilicia y la connivencia del gobierno con los grupos dominantes de esa industria. El apoyo al ultraderechista Sinan Onan, que había obtenido el 5 por ciento de los votos en la primera vuelta quedando en tercer lugar, se repartió entre el oficialismo y la oposición. En las zonas arrasadas por los sismos, que causaron más de 50 mil muertes en el sur del país, Erdogan obtuvo guarismos cercanos al 85 por ciento. En tanto que la oposición ha logrado imponerse en las grandes ciudades y la costa del Mar Egeo.


Erdogan se mantiene así en el máximo poder de Turquía desde hace veinte años, y cuando termine su mandato será un cuarto de siglo, si es que no intenta una nueva maniobra para aferrase. Sin embargo, su protagonismo político lleva ya más de cuatro décadas, cuando ganó la intendencia de Estambul en 1990. En 2016, había sorteado también un fallido intento de golpe de Estado, sobre cuyos verdaderos orígenes aún se especula.


En el plano geopolítico, el mandatario turco suele encontrar un difícil equilibrio al sostener una retórica rimbombante, pero generalmente sin ubicarse de lleno en ningún bando en una disputa que no le concierne. Así lo ha hecho en la guerra de Rusia y Ucrania, aún siendo Turquía miembro de la OTAN, gran sostén del humorista devenido presidente ucraniano Volodimir Zelenzki. Como tal, Turquía ha provisto de drones a Ucrania, pero también ha comprado misiles antiaéreos a Rusia, además de arbitrar la venta de cereales a través del Mar Negro. A pesar de la histórica disputa ruso-turca, en la actualidad las relaciones entre Erdogan y Putin marchan sobre rieles.


Amparado en una supuesta importancia geoestratégica de su país, que la mayoría compra, Erdogan continúa explotando sus oportunidades geopolíticas para evitar que la crisis económica y social de Turquía se lo lleve puesto.


Este autócrata con fuertes sesgos fascistas, graves y constantes denuncias de corrupción, autoritarismo, irrespeto a los derechos humanos y falta de libertad de expresión, anhela convertirse en un nuevo “Sultán Otomano”. Sus ambiciones expansionistas hilarantes lo han llevado a apoyar directamente la ocupación de la región armenia de Artsaj (Nagorno Karabaj) por parte de Azerbaiyán, un pequeño país de origen túrquico en el Cáucaso Sur, casi un Estado satélite de Turquía, incurriendo en numerosos crímenes de guerra. Además, realizó intervenciones militares o está al acecho en el Mar Mediterráneo, Chipre, Siria, Irak, Afganistán, Kosovo y Libia, mientras que la retórica agresiva hacia Grecia es permanente. Es claro a través de su comportamiento y actitudes, que en el fondo Erdogan milita un “supremacismo” turco y un panturquismo –principal factor que motivó el Genocidio Armenio de 1915 con un millón y medio de víctimas, del que el mandatario turco es negacionista-, sueña con expandir sus dominios y convertirse en el líder turco más relevante de la historia, dejando atrás la sombra de Mustafá Kemal Ataturk, considerado el “padre” de la República de Turquía, que este año celebra su centenario.


Habla muy mal del mundo que estos personajes nefastos, carcamales con mentalidad medieval, aún continúen dirigiendo los destinos de los Estados en vez de estar enterrados en el tacho de basura de la historia.


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