(Foto: Reuters)
En las elecciones llevadas a cabo este domingo en Uzbekistán el presidente Shavkat Mirziyoyev fue electo por tercera vez consecutiva en el cargo con un porcentaje superior al 87 por ciento, según los conteos que aún no son definitivos. De acuerdo a la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) los comicios carecieron de competencia genuina, ya que de los otros cinco partidos registrados para participar de la contienda electoral, ninguno es verdaderamente opositor al oficialismo.
De esta manera el mandatario, al frente del máximo poder de ese país desde 2016, tendrá la posibilidad de perpetuarse hasta al menos 2037, gracias a una maniobra que realizó reformando la constitución, extendiendo el mandato presidencial a siete años y limitándolo a un máximo de dos períodos consecutivos, pero la reforma no afecta a los casi tres períodos que él ya gobernó, por lo que luego de estos siete años más que tiene asegurado, puede renovar en 2030 por otros tantos.
Tanto caudillismo no es casualidad, Mirziyoyev de esto sabe, fue desde 2003 primer ministro del gran déspota uzbeko Islam Karimov, quien presidió ese país desde que se separó de la Unión Soviética en 1991 hasta que falleció en 2016, con un autoritarismo férreo conocido por la constante violación de los derechos humanos. El ahora presidente logró sustituirlo tras una feroz disputa interna por la sucesión que mantuvo con el entonces ministro de Finanzas, Rustam Azimov, y con el jefe del temido Servicio Nacional de Seguridad, Rustam Inoyatov.
Mirziyoyev nunca fustigó públicamente la figura de Karimov, sin embargo al inicio de su primer período intentó mostrarse como un reformista que buscaba renovar y democratizar el país. Comenzó con una feroz purga de miembros del antiguo régimen, una manera de cimentar su poder ya que sabía con qué bueyes araba. Continuó con un lavado de imagen al Estado policial de su antecesor, liberó presos políticos y eliminó antiguas “listas negras”. También trabajó por erradicar el trabajo forzado en la recolección del algodón, una vieja tradición arraigada en Uzbekistán que empañaba su imagen ante el mundo. En política exterior, procuró estrechar buenos lazos con los vecinos centroasiáticos y abrirse al mundo, algo totalmente opuesto al aislacionismo al que había llevado el gobierno de Karimov.
No obstante, en general se coincide en que estas transformaciones han sido fundamentalmente cosméticas. Uzbekistán sigue siendo considerado un Estado más bien autoritario.
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