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El "America Party" de Elon Musk: los magnates se disputan el botín


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El anuncio de Elon Musk de la creación de su propio partido político en Estados Unidos, el llamado "America Party", tras su ruptura pública con Donald Trump, no representa ninguna novedad política ni obviamente ofrece un cambio de paradigma. Es, por el contrario, una confirmación brutal del rumbo que ya domina la política estadounidense —y mundial— desde hace décadas: la concentración del poder en manos de una élite empresarial que se cree con el derecho natural de definir el destino de todos nosotros.


Que Musk, el hombre más rico del mundo, dueño de empresas que van desde la inteligencia artificial y autos eléctricos, hasta la industria aeroespacial, se presente como alternativa “anti-sistema” o como renovador de la democracia, no solo es una farsa y una impostura, sino también el síntoma más claro del vaciamiento de la política bajo el capitalismo neoliberal: los empresarios ya no necesitan influir desde las sombras, ahora se lanzan abiertamente a gobernar.


El "America Party" no puede tener programa ni ideología propia más allá del culto a la eficiencia empresarial, el individualismo meritocrático y el desprecio abierto por cualquier forma de organización colectiva de los trabajadores. Musk, al igual que Trump —a quien ahora critica pero de quien probablemente ha adoptado el estilo provocador y populista—, representa una variante del bonapartismo "outsider" que se alimenta de la descomposición del sistema político tradicional, pero no propone un cambio o una solución, sino una profundización del problema; más autoritarismo, más control, más desregulación, ataque a las minorías, a los derechos sociales y laborales, disfrazado todo de “modernización”. El argenitno Javier Milei es una versión paupérrima y vergonzante de esta nefasta vertiente.


En cuanto a la perspectiva política, este nuevo partido yanqui no es más que un vehículo para blindar los intereses de una fracción del capital. Musk, que despide trabajadores que intentan sindicalizarse, que promueve una visión "libertaria" del mundo pero depende de contratos millonarios con el Pentágono y subsidios estatales para sus empresas, pretende presentarse como un "outsider”, cuando en realidad es parte central del establishment global.


Al margen de ello, el ansia de protagonismo, la ambición y los ribetes mesiánicos de este magnate son indisimulables. La fundación de un espacio político con el que pretende "combatir" el bipartidismo estadounidense, no es para él más que un chiche nuevo para seguir en el centro del circo mediático y de los focos noticiarios. Fundar un partido es para él lo mismo que comprar Twitter y cambiarle el nombre a X, pretendiendo que eso representa una gran "revolución" o "transgresión", cuando no es más que una pavada inocua.


Pero este fenómeno no es una anomalía: es el desarrollo lógico del capitalismo en su fase de decadencia. La clase capitalista, acorralada por la crisis ecológica, la desigualdad sin precedentes y el descrédito de sus instituciones, descansa en personajes "carismáticos" que prometen "orden", "meritocracia", atacan la redistribución y la justicia social, pero todos ellos — los Trump, los Musk, los Milei, los Bukele y compañía— comparten una misma misión: garantizar que nada cambie.


El problema no es Musk, ni Trump. Es el sistema que permite que los multimillonarios decidan el rumbo de nuestras vidas mientras el resto del pueblo trabajador, desocupado, jubado, sobrevive entre inflación, guerras y explotación.


No hay salida en los partidos de los empresarios ni en el caudillismo "outsider". Abajo los Trump, los Musk, los Milei, sus políticas nefastas y sus personalidades vulgares y repulsivas. Por una reconstrucción de la fuerza política de la clase trabajadora internacional para levantar una alternativa que los combata y los sepulte en todo el mundo.

 
 

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