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Israel suma otro capítulo negro a su atroz genocidio


Israel ha vuelto a violar la tregua al lanzar una ofensiva brutal sobre Gaza, dejando a su paso una de las jornadas más mortíferas con una cifra de más de 400 víctimas, que continúa en ascenso, la mayoría civiles, entre ellos decenas de niños y mujeres.


Con el respaldo incondicional de Estados Unidos, refuerza su campaña de exterminio con total impunidad con este nuevo capítulo de una estrategia genocida que, con bloqueos, bombardeos y destrucción sistemática de infraestructura civil, busca borrar al pueblo palestino del mapa.


Más allá de la violencia inmediata, este ataque forma parte de un diseño mayor de Israel para redefinir la región bajo su dominio absoluto. El bloqueo de ayuda humanitaria, la imposición del hambre como táctica de guerra y el colapso forzado del sistema de salud en Gaza son mecanismos calculados para quebrar la resistencia palestina. La supuesta negativa de Hamás a liberar prisioneros israelíes ha sido la excusa perfecta para reanudar los bombardeos, ignorando por completo el acuerdo de alto el fuego. La complicidad de Washington no solo avala estos crímenes, sino que reafirma su propio papel como patrocinador de la violencia en Oriente Medio.


La historia reciente demuestra que la escalada bélica de Israel no es una respuesta puntual, sino una estrategia de largo plazo. Desde el asedio de Gaza en 2007 hasta las campañas militares sucesivas, el objetivo ha sido el mismo: hacer inviable la vida palestina. La destrucción sistemática de infraestructura, el desplazamiento forzado y la negación de derechos fundamentales son tácticas que recuerdan los episodios más oscuros del colonialismo y el apartheid.


Mientras los hospitales de Gaza colapsan bajo la cantidad de heridos y la falta de insumos, la comunidad internacional permanece paralizada, sin ejercer presión efectiva para detener la masacre. Las condenas vacías no han impedido que Israel utilice el hambre como arma de guerra, ni han frenado la limpieza étnica en curso. Se trata de un intento de aniquilación.


A ello se suma la maquinaria propagandística que justifica cada bombardeo como una acción defensiva, invisibilizando la asimetría absoluta entre el poder militar de Israel y la indefensión de la población gazatí. Los medios hegemónicos contribuyen a perpetuar la narrativa israelí, presentando la masacre como una respuesta legítima en lugar de denunciar la brutalidad de un régimen ocupante. Este control del relato refuerza la impunidad con la que Israel actúa, asegurando que sus crímenes queden sin castigo en los organismos internacionales.


Israel, con su campaña de exterminio, pretende imponer su dominio por la fuerza, convencido de que el apoyo estadounidense lo blindará de cualquier consecuencia. Pero el costo de esta barbarie es incalculable. Cada nuevo ataque no solo arrasa con la vida de cientos de inocentes, sino que siembra más rabia, más resistencia y más determinación en un pueblo que se niega a desaparecer. El horror desatado sobre Gaza no es solo una crisis humanitaria; es un recordatorio de que el orden global actual tolera y financia el genocidio, siempre que sirva a los intereses de las potencias dominantes.

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