La espectacularización del activismo: una crítica al evento de la Global Sumud Flotilla en Barcelona
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Por Gabriela Rojas / Nueva Revolución

El 31 de agosto, el puerto de Barcelona fue escenario de un evento que, bajo el nombre de Global Sumud Flotilla, buscaba denunciar el bloqueo y el genocidio que sufre el pueblo palestino a manos del régimen israelí. La iniciativa, que reunió a más de 300 activistas de 44 países, incluidas figuras públicas como Greta Thunberg, Liam Cunningham y la exalcaldesa Ada Colau, tenía como objetivo romper el bloqueo marítimo de Gaza y abrir un corredor humanitario para entregar alimentos, medicinas y agua a una población que enfrenta una crisis humanitaria sin precedentes.
La intención es, sin duda, loable: visibilizar una causa que clama justicia y desafiar un bloqueo que ha sumido a Gaza en la hambruna y la desesperación. Sin embargo, la forma en que se llevó a cabo el evento, con conciertos, barras de bebidas y un ambiente festivo, plantea serias preguntas sobre la profesionalización y espectacularización del activismo, que termina por desdibujar la gravedad de la situación que se pretende denunciar. La solidaridad con Palestina, como cualquier causa que busque justicia frente a violaciones sistemáticas de los derechos humanos, exige sobriedad, seriedad y un enfoque que priorice la dignidad de las víctimas.
Sin embargo, el evento en el Moll de la Fusta de Barcelona, que precedió a la partida de los barcos, se transformó en un espectáculo lúdico-festivo que incluyó batucadas, danzas tradicionales, talleres y hasta barras de bebidas. Estas actividades, aunque probablemente organizadas con la intención de atraer a un público amplio y generar apoyo, corren el riesgo de trivializar la tragedia que vive Gaza. ¿Es coherente que un evento que denuncia un genocidio adopte un tono festivo, más propio de una celebración que de una movilización por la justicia?
La profesionalización del activismo, visible en la presencia de figuras mediáticas y en la cuidada organización de eventos con alta visibilidad, puede ser una herramienta poderosa para captar atención. La participación de personajes como Greta Thunberg o Susan Sarandon asegura titulares y difusión en medios internacionales, pero también convierte la causa en un espectáculo mediático donde el mensaje de fondo corre el riesgo de diluirse. La narrativa de la Global Sumud Flotilla, con su despliegue de barcos, banderas palestinas y discursos apasionados, parece diseñada para generar imágenes impactantes más que para proponer una estrategia efectiva contra el bloqueo. La historia reciente lo demuestra: desde el ataque mortal al Mavi Marmara en 2010 hasta las interceptaciones de barcos como el Madleen y el Handala en 2025, Israel ha bloqueado sistemáticamente estos esfuerzos, a menudo en aguas internacionales, sin que las flotillas hayan logrado cambios estructurales en la política de bloqueo. La pregunta es inevitable: ¿es esta forma de activismo una acción concreta de solidaridad o una performance simbólica que, aunque bienintencionada, termina siendo absorbida por la lógica del espectáculo?
La espectacularización no solo resta seriedad al mensaje, sino que también puede generar una desconexión con la realidad que enfrentan los palestinos. Mientras en Barcelona se organizaban conciertos, en Gaza la población lucha contra el hambre, los bombardeos y la falta de acceso a necesidades básicas. Esta discrepancia entre el tono festivo del evento y la gravedad de la crisis humanitaria envía un mensaje equívoco. La solidaridad no debería ser un escenario para la autocomplacencia o la catarsis colectiva, sino un compromiso profundo que respete la magnitud del sufrimiento ajeno. Las formas importan, y transformar un acto de denuncia en un evento con tintes festivos puede interpretarse como una falta de empatía hacia aquellos cuya supervivencia depende de la ayuda que se pretende entregar.
Además, la profesionalización del activismo, con su dependencia de figuras públicas y grandes puestas en escena, puede desviar el foco de las voces palestinas que deberían ser las protagonistas. En el evento de Barcelona, las declaraciones de activistas como Saif Abukeshek o Yasemin Acar fueron eclipsadas por la atención mediática hacia celebridades. Esto refuerza una dinámica en la que el activismo occidental, con su acceso a recursos y plataformas, termina hablando en nombre de las víctimas, en lugar de amplificar sus propias narrativas. La solidaridad efectiva debería centrarse en empoderar a las comunidades afectadas, no en convertir su lucha en un espectáculo para el consumo global.
En conclusión, la Global Sumud Flotilla representa un esfuerzo valioso para visibilizar la causa palestina, pero su ejecución en Barcelona el 31 de agosto pone en evidencia los riesgos de la espectacularización y la profesionalización del activismo. La lucha por la justicia en Palestina merece acciones que prioricen la seriedad, la sobriedad y el respeto por la gravedad de la situación. Los conciertos, las barras de bebidas y las grandes puestas en escena pueden atraer multitudes, pero no necesariamente construyen una solidaridad auténtica. Es hora de repensar cómo se manifiesta el apoyo a causas como la de Gaza, asegurando que las formas estén a la altura del mensaje y que la lucha no se diluya en un espectáculo pasajero. La solidaridad es otra cosa: es compromiso, es escucha, es acción concreta. Y, sobre todo, es respeto por quienes sufren.