Los acuerdos con Siria y Turquía: un peligroso camino para el pueblo kurdo
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- 18 mar
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Por Joan Balfegó | Nueva Revolcuión

En un giro inesperado de los acontecimientos, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), la milicia armada que durante décadas ha encarnado la resistencia kurda contra el Estado turco, ha anunciado su disolución. Este movimiento, que alguna vez fue un símbolo de la lucha por la autonomía kurda, parece haber cedido ante las presiones internas y externas, marcando el fin de una era de insurgencia armada que dejó más de 40 mil muertos desde su fundación en 1978.
Sin embargo, este no es el único cambio drástico en el panorama kurdo. En paralelo, las fuerzas kurdas en Siria, que hace apenas unos años combatían ferozmente al Estado Islámico (EI) en el norte del país, han pasado de ser aliados clave de Estados Unidos a pactar su integración en el nuevo régimen sirio liderado por Hayat Tahrir al-Sham (HTS), bajo el mando de Ahmed al-Sharaa (conocido como Abu Mohamed al-Golani). Este acuerdo con el régimen sirio, heredero ideológico de corrientes yihadistas como el propio EI, representa una traición histórica a los ideales kurdos y una maniobra que podría sellar su destino bajo la bota de dos actores poco fiables: Recep Tayyip Erdogan en Turquía y Al-Golani en Siria.
Los kurdos sirios, particularmente las Unidades de Protección Popular (YPG), rama del PKK en Siria, se ganaron el reconocimiento internacional durante la guerra contra el Estado Islámico. Su papel como fuerza terrestre principal en la coalición liderada por Estados Unidos fue decisivo para desmantelar el ‘califato’ territorial del EI, con victorias emblemáticas como la liberación de Kobane en 2015 y la caída de Raqqa en 2017. Sin embargo, esta alianza con Washington siempre estuvo marcada por contradicciones. Mientras los kurdos soñaban con establecer una región autónoma en el noreste de Siria (Rojava), Estados Unidos los utilizó como una herramienta táctica sin comprometerse plenamente con sus aspiraciones políticas. Esta relación pragmática dejó a los kurdos vulnerables, especialmente frente a Turquía, que considera al PKK y a las YPG como organizaciones terroristas y una amenaza existencial a su integridad territorial.
El abandono estadounidense en 2019, cuando Donald Trump dio luz verde a la operación turca ‘Fuente de Paz’ contra los kurdos sirios, fue un primer indicio de la fragilidad de esta alianza. Miles de combatientes kurdos murieron defendiendo un proyecto que Occidente no estaba dispuesto a sostener a largo plazo. A pesar de ello, las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), lideradas por las YPG, mantuvieron el control de vastos territorios en el noreste sirio, ricos en petróleo y gas, con una administración autónoma que desafiaba tanto al Gobierno de Bashar al Assad como a los intereses de Ankara.
La disolución del PKK y el pacto con el régimen sirio
La reciente disolución del PKK, promovida por su fundador encarcelado, Abdullah Öcalan, desde la prisión en la isla de Imrali, responde a negociaciones secretas con el gobierno turco. Este proceso, que incluye llamados a la reconciliación por parte de figuras inesperadas como Devlet Bahçeli, líder del ultranacionalista Partido de Acción Nacionalista (MHP), parece ser un intento de Erdogan por neutralizar la amenaza kurda dentro de Turquía y consolidar su poder en un contexto regional cambiante. A cambio de deponer las armas, los kurdos turcos podrían recibir ciertas concesiones culturales o políticas, aunque estas promesas permanecen vagas y sujetas a la voluntad de un régimen autoritario que históricamente ha reprimido cualquier expresión de identidad kurda.
En Siria, el colapso del régimen de Bashar al Assad a finales de 2024, tras la ofensiva relámpago de HTS, abrió un nuevo capítulo. Las FDS, enfrentadas a la presión militar de Turquía y sus proxies del Ejército Nacional Sirio (ENS), optaron por negociar con el nuevo régimen de Damasco liderado por Al-Golani. Este acuerdo implica la integración de las milicias kurdas en el ejército nacional sirio y el desmantelamiento de su administración autónoma, un giro que muchos kurdos ven como una capitulación. HTS, una organización con una agenda islamista, ha prometido un gobierno ‘inclusivo’, pero sus acciones iniciales —como la persecución de minorías religiosas (alauíes, cristianos, drusos) y adversarios político— sugieren que su visión de Siria no tiene lugar para la diversidad ni para las aspiraciones kurdas.
Una maniobra arriesgada
Este doble movimiento —la disolución del PKK en Turquía y el pacto con HTS en Siria— podría salirles muy caro a los kurdos. Tanto Erdogan como Al-Golani son líderes con agendas claras y una larga historia de hostilidad hacia las minorías y los disidentes. En Turquía, Erdogan ha utilizado la lucha contra el PKK como pretexto para justificar operaciones militares en Siria e Irak, así como para reprimir a la población kurda dentro de sus fronteras. Su visión neo-otomana no tolera autonomías étnicas, y cualquier concesión a los kurdos probablemente será superficial y reversible.
Por su parte, Al-Golani, a pesar de sus esfuerzos por proyectar una imagen moderada, dirige un régimen con una base ideológica islamista que choca frontalmente con el secularismo y el igualitarismo que los kurdos han defendido en Rojava. La persecución de minorías religiosas y políticas ya ha comenzado: en Alepo y otras regiones, se han reportado ejecuciones sumarias y desplazamientos forzados de alauíes y cristianos, mientras que los opositores al nuevo orden son silenciados. Los kurdos, con su historial de resistencia y su identidad distintiva, son un blanco evidente para un régimen que busca centralizar el poder y homogeneizar Siria bajo una interpretación estricta del islam suní.
Un futuro incierto
La decisión de los kurdos de pactar con HTS, un heredero ideológico del Estado Islámico al que combatieron con tanto sacrificio, es vista por muchos como una traición a su propia causa. Lejos de asegurar su supervivencia, este acuerdo los coloca en una posición de vulnerabilidad frente a dos potencias —Turquía y el régimen sirio— que comparten el objetivo de aplastar cualquier atisbo de autonomía kurda. La integración en un Estado sirio dominado por islamistas podría significar el fin de su proyecto político y cultural, mientras que la disolución del PKK en Turquía debilita su capacidad de resistencia frente a Erdogan.
En última instancia, los kurdos han pasado de ser los héroes de la lucha contra el terrorismo yihadista a convertirse en peones en un juego geopolítico donde sus antiguos aliados y nuevos socios tienen poco interés en su bienestar. La historia de traiciones —primero por Estados Unidos, ahora por su propia claudicación— podría culminar en una derrota definitiva si no logran revertir esta maniobra arriesgada. Con Erdogan y Al-Golani al mando, el sueño de un Kurdistán libre parece más lejano que nunca, ahogado en un mar de agendas islamistas y represión implacable.