Por Gonzalo Fiore Viani / La Tinta
En los últimos días, el mundo ha sido testigo de una cascada de eventos económicos que han desencadenado una crisis global, quizás, de la misma magnitud o potencialmente mayor que el crash financiero de 2008 incluso. La caída dramática en los precios del petróleo, el desplome de las criptomonedas y el desmoronamiento general de los activos financieros han dejado a muchos cuestionando la naturaleza y las causas de esta crisis. Pero ¿cuáles son los factores detrás de este colapso y qué significa esto para la economía global?
El viernes ya había sido un día muy negativo para los mercados. Los índices de Wall Street cayeron hasta un 2,8%, impulsados por la debacle de los títulos tecnológicos. En julio, Estados Unidos generó menos empleos de lo previsto y un informe del Departamento de Trabajo mostró que la tasa de desempleo aumentó al 4,3%, ya que cayeron los 179.000 puestos de trabajo creados en julio. Existe preocupación de que la Fed (Reserva Federal) haya tardado en reducir las tasas y que la economía estadounidense esté en camino hacia una recesión. Además, la Bolsa de Tokio ya había experimentado una caída histórica del 5,8% el pasado viernes, aunque esta fue relativamente leve en comparación a la del lunes en que la caída superó los 12%, es decir, su peor jornada desde el crash de 1987.
La Reserva Federal de Estados Unidos ha mantenido las tasas de interés en su nivel más alto en 23 años, entre el 5,25% y el 5,50%, durante un año completo. Algunos analistas sugieren que el banco central más influyente del mundo podría haber mantenido esta política monetaria restrictiva durante demasiado tiempo, lo que aumenta el riesgo de una recesión. Las acciones del fabricante de chips estadounidense Intel cayeron un 26% después de que la empresa suspendiera su dividendo y anunciara planes para reducir su plantilla en un 15%. Por otro lado, las acciones de Nvidia, conocido por su tecnología de inteligencia artificial y uno de los principales motores del repunte tecnológico, disminuyeron un 1,8%. Los valores tecnológicos en Europa también experimentaron una caída del 4%.
Uno de los eventos más significativos en el contexto actual es la inminente caída en los precios del petróleo. A medida que los precios se acercan a los 55 USD por barril, la situación se torna crítica. La caída del petróleo no solo refleja una sobreoferta persistente y una demanda debilitada, sino también una crisis en la capacidad de resistencia de la industria. Las tensiones geopolíticas, incluidas la situación en Gaza y el potencial estallido de una guerra a gran escala en Medio Oriente, están incapacitadas para sostener el valor del crudo, lo que se suma a la presión bajista sobre el mercado.
Este descenso en los precios del petróleo tiene implicaciones severas para países y compañías que dependen fuertemente de este recurso. En particular, la situación es desastrosa para economías como las de Argentina, donde la estabilidad está en juego. Las economías emergentes, que a menudo están altamente apalancadas en el sector energético, se enfrentan a una grave crisis de ingresos y capacidad fiscal.
Paralelamente, las criptomonedas, que durante años se habían visto como una alternativa al sistema financiero tradicional, están sufriendo un colapso sin precedentes. La caída en los precios de activos digitales refleja una pérdida de confianza y una retirada masiva de capitales. Este desplome es el resultado de una deflación de activos que está afectando a todos los sectores financieros.
La combinación de una sobreoferta de criptomonedas y la retirada de inversores ha llevado a una caída en cadena, que está causando un desbalance entre los activos y los pasivos globales. Los inversores que habían utilizado criptomonedas como garantía para préstamos se encuentran ahora en una situación desesperada, obligados a liquidar sus posiciones a precios cada vez más bajos, lo que agrava la deflación y la crisis económica.
Este proceso violento de deflación de activos está desencadenando una serie de quiebras en cadena a nivel mundial. La crisis es alimentada por el apalancamiento excesivo y la descomposición de las posiciones formadas bajo la premisa de una estabilidad económica que ahora parece ilusoria. Las empresas y los individuos que se han endeudado en exceso enfrentan una difícil realidad: la necesidad de liquidar activos a precios de liquidación mientras los pasivos permanecen elevados.
Por supuesto, todo esto sucede en un momento de gran incertidumbre política, donde Estados Unidos se debate entre dos modelos de país: a muy grandes rasgos, uno más de libre mercado frente a otro proteccionista y semiaislacionista, pero, además, con una polarización política y social pocas veces vista anteriormente en esta sociedad. Tras la irrupción de Kamala Harris en la campaña, la victoria de Donald Trump ya no es un hecho descontado. La caída de los activos y la consiguiente deflación están empezando a preocupar por el comienzo de una profunda recesión.
La economía global se encuentra en una espiral descendente, donde la falta de compradores y la incapacidad de los vendedores para ajustarse a nuevas condiciones del mercado están llevando a una situación de estancamiento económico. La dinámica del mercado, impulsada por estas fuerzas de apalancamiento y liquidación, está dictando el ritmo de la crisis económica más que cualquier política económica gubernamental.
La teoría de los ciclos de Kondratieff, formulada por el economista ruso Nikolai Kondratieff, propone que las economías de mercado experimentan ciclos largos de expansión y contracción que se extienden entre 40 y 60 años. Cada uno de estos ciclos está marcado por grandes innovaciones tecnológicas que provocan cambios estructurales profundos en la economía global. A lo largo de la historia, hemos visto cinco ciclos distintos: la primera ola (1780-1840), impulsada por la Revolución Industrial y la máquina de vapor; la segunda ola (1840-1890), caracterizada por la expansión del ferrocarril, la revolución del acero y la invención del telégrafo y el teléfono; la tercera ola (1890-1940), con innovaciones como la electricidad, el automóvil y el desarrollo de la industria química; la cuarta ola (1940-1980), marcada por la expansión de la tecnología de la información, la automatización y el crecimiento global; y la quinta ola (1980-¿2024?), que ha estado dominada por la informática, las telecomunicaciones, la globalización y los avances en biotecnología y energía renovable.
Estamos al borde de una sexta ola, una nueva revolución industrial impulsada por la inteligencia artificial, la transición energética y otros avances disruptivos. Esta transición sugiere que estamos en una fase de ajuste antes de que el nuevo ciclo de expansión comience plenamente. La historia de los ciclos de Kondratieff indica que, después de períodos prolongados de prosperidad, como el que hemos experimentado con la globalización y la tecnología digital, es natural enfrentar una corrección económica. Esta corrección es vista como un ajuste necesario antes de que los beneficios plenos de las nuevas tecnologías se materialicen, estableciendo así las bases para una nueva fase de crecimiento económico.
Este momento crítico destaca la fragilidad del sistema financiero global y el impacto devastador del apalancamiento excesivo. La lección fundamental es que el mercado puede ser más fuerte que las políticas económicas cuando se trata de la estabilidad financiera. Los ciclos de expansión y recesión, como se observa en los gráficos históricos del Dow Jones Industrial, reflejan patrones técnicos que no siempre pueden ser gestionados por las decisiones políticas.
Kommentarer